Sus
párpados parecían pesar una tonelada esa fría mañana de otoño.
Las ganas de hacer cosas parecían haberse quedado enredadas en sus
sábanas, pues lo único que quería hacer en ese momento era volver
a su hogar, acostarse y seguir durmiendo. Lamentablemente estaba en
el trabajo y debía rendir, si es que quería tener los medios para
seguir financiando la casa en la cual descansaba cada noche.
Sus
compañeros de trabajo siempre le habían parecido seres
despreciables. Odiosos, peleadores, competitivos, amorales, parecían
vivir buscando motivos para armar conflictos y enrarecer a cada
momento el casi nulo ambiente laboral que alguna vez había existido
en esa oficina. Hacía ya más de dos semanas que nadie le dirigía
la palabra; de hecho desde esa fecha nadie siquiera lo miraba o
pasaba cerca de su oficina. Al parecer había hecho algo malo o
reprobable y le estaban haciendo la ley del hielo, cosa por lo demás
bastante común en su oficina.
A
media mañana el hombre se dirigió al baño. Al entrar al lugar se
dio cuenta que estaba con pijama: el hombre no lograba entender cómo
había podido llegar a su trabajo en pijama sin darse cuenta. De
inmediato se dirigió a la oficina de su jefe a mostrarle cómo
estaba vestido para pedirle permiso para ir a su domicilio a vestirse
como correspondía. Al entrar a la oficina se sorprendió más aún
que al verse al espejo.
El
hombre entró a la oficina que estaba con la puerta abierta. Antes de
empezar a hablar se dio cuenta que en el escritorio había una foto
con un listón negro en una esquina. Con respeto acercó su vista: su
sorpresa fue mayor al ver que era su fotografía del archivo de
empleados pero ampliada. En ese momento entró una de las secretarias
y se paró exactamente donde él estaba, casi como si no existiera;
de hecho se dio cuenta que él estaba parado en el lugar de la mujer,
quien empezó a explicarle al jefe el cronograma de un homenaje que
harían esa mañana para un compañero de trabajo que había
fallecido dos semanas antes. En ese instante el hombre comprendió:
automáticamente su alma volvió a su domicilio, donde estaba su
viuda doblando el pijama con el que había fallecido, y que ahora
parecía haberse convertido en su vestimenta en la eternidad. El
hombre intentaba recordar el instante en que dejó de existir y no
pudo: al parecer su corazón había fallado mientras dormía, y por
eso recién había tomado conciencia de su nueva realidad. Ahora sólo
le quedaba esperar a que alguien apareciera a explicarle qué venía
para él más adelante, si es que venía algo para él más adelante.