El
hombre recogía sus cosas en su habitación, cabizbajo, Luego de
treinta años de matrimonio había llegado la hora de partir, lo que
le dolía inconmensurablemente. La decisión no había pasado ni por
él ni por su esposa, simplemente las cosas habían sucedido porque
el destino lo había definido así, y no quedaba más que acatar los
hechos de la vida.
El
hombre miraba con tristeza todo lo que estaba dejando atrás. La casa
estaba llena de recuerdos, de hecho la misma casa era un recuerdo
importante en su realidad; en ella había vivido los mejores años de
su vida con la mejor mujer que le pudo haber tocado, había criado
sus hijos hasta que decidieron partir a crear sus propios futuros. En
esa casa había vivido reuniones familiares llenas de amor, compañía
y empatía, había conocido a sus nietos, pero principalmente había
compartido su existencia con su compañera de vida, a quien no quería
dejar pero debía. En ese momento había pensado en quedarse y
negarse a la realidad, pero en su fuero interno sabía que ello era
imposible.
La
maleta estaba media de cosas y repleta de recuerdos. El hombre
intentaba llenarla lento, pero sabía que en algún momento debería
cerrarla junto con esa vida que había disfrutado hasta ese entonces;
el hombre deseaba esperar a su esposa para decirle por última vez
que la amaba, pero no estaba seguro si ello empeoraría las cosas.
Tal vez era mejor partir sin que ella lo viera por última vez; tal
vez él podría esperar escondido para poder verla por última vez,
sin hacerla sufrir. En ese momento el hombre escuchó abrirse la
puerta de entrada, señal inequívoca que el momento del adiós había
llegado.
La
mujer entró a la casa acongojada. Iba abrazada de sus hijos quienes
le ayudaban a contener la pena. La mujer dejó a los muchachos en el
comedor mientras iba a la cocina a calentar agua para servirles una
taza de té. La mujer pasó frente a un espejo en el pasillo, en él
vio su imagen demacrada vestida de negro. El funeral de su esposo
fallecido de un infarto tres días atrás había dejado un agujero
que no podría cerrar en el corazón. Luego de colocar la tetera al
fuego se dirigió al dormitorio; al entrar sintió el olor del
perfume de su marido. Sobre la cama una rosa roja, su flor favorita,
le daba la despedida del amor de su vida quien ya iba camino a donde
le correspondía ir.