El espía estaba completando su misión. Luego de aprender el idioma del país al cual fue enviado de modo tal de parecer nacido allí, de memorizar historia y costumbres, y de interiorizarse de los intereses de su gobierno en dicha nación, preparó junto con sus jefes la estrategia necesaria para infiltrarse y sabotear la creación de un nuevo sistema de misiles que podría poner en riesgo los equilibrios de la región. Luego de seis meses de trabajo logró robar los planos e inutilizar todos los sistemas computacionales, no sin antes eliminar a todos aquellos que pudieran rehacer el trabajo. Ahora sólo quedaba la parte final: huir sin dejar huellas…
El espía era para su familia piloto de una afamada línea aérea que hacía largos trayectos por todo el mundo, por lo cual no era raro que se ausentara por largos períodos de tiempo. Un complejo aparato de seguridad protegía la seguridad de su esposa y sus tres hijos, única condición que había puesto para seguir en el servicio luego de 30 años poniendo en riesgo su vida. Su experiencia era vital para los trabajos que hacía: frecuentemente era víctima de intentos de asesinato, que siempre lograba detectar con la suficiente antelación para volcarlos a su favor. Así, era respetado y querido por los suyos y odiado a muerte por sus enemigos.
La misión que terminaba había sido una de las más peligrosas de todas. Lo habían emboscado, baleado, intentado atropellar, estrangular, acuchillar e inclusive seducir por una de las más crueles asesinas, quien siempre terminaba torturando y matando a sus víctimas en la cama. Pero su experiencia y su aparato logístico le habían permitido sortear todos los peligros vividos. En su huida él sería el piloto, y lo haría como capitán de la nave que llevaría al presidente y los ministros del país del cual escapaba que iniciaban una gira de estado: era uno de los pocos que se podían dar ese lujo sin ser asesinado en el intento.
Al bajar del avión un extraño sonido en su bolsillo lo puso alerta: el teléfono satelital adaptado que usaba detectó una señal extraña. Con la excusa de revisar el tren de aterrizaje corrió debajo del avión; en ese instante el copiloto, que se había quedado en el lugar en que él estaba, cayó desplomado: un satélite espía había disparado un láser que atravesó al hombre de pies a cabeza sin dejar huellas visibles. El riesgo al parecer había terminado.
Luego de terminar sus labores de pantalla en el aeropuerto, se dirigió a su casa. Había quedado de entregar el disco con los planos al día siguiente, y necesitaba descansar algunas horas antes de informar del éxito de su misión. Al llegar a la casa su esposa lo esperaba como siempre después de sus “vuelos” para conversar y tomar algo antes de dormir. Su trago favorito era el licor de almendras, y su esposa lo tenía listo tal como a él le gustaba. Al terminar de beber el primer trago, decidió comerse una aceituna: en ese instante un intenso ahogo terminó con su respiración y su vida en pocos segundos. Cuando yacía en el suelo, su esposa revisó sus ropas y sacó el disco. Luego se dirigió tranquilamente a la cocina y dio el gas, dejando un chispero eléctrico programado con un reloj para encenderse en 5 minutos. Al salir de la casa con los planos, dejó tras de sí el cadáver del espía enemigo en el primer piso, los de sus hijos en el segundo, y el de una mujer similar a ella en la cocina. La misión estaba cumplida. El chispero se encargaría de borrar su rastro para siempre…