Inercia… era tal vez la única ley que le gustaba respetar. El hecho que las cosas pasaran “porque sí”, sin tener que hacer que pasaran, le alegraba el día. Durante toda su existencia había trabajado propiciando cosas, preparando factores para desencadenar hechos. Si bien es cierto no tenía profesión formal, siempre había desempeñado una misión irreemplazable en la realidad del planeta. Sin ella, la vida en la tierra (de hecho en todo el universo) no habría durado más de uno o dos milenios.
Inercia… era divertido, la naturaleza tenía leyes para todo. Que la gravedad, que la termodinámica, que la relatividad, todas ellas marcadas por complejas fórmulas desarrolladas a través de los años por diversos científicos, cada cual más inteligente e ingenioso que el anterior. Pero pese a lo complejo de dichas fórmulas, su desconocimiento en el plano no científico, inclusive su inexistencia, las leyes de la naturaleza se siguen cumpliendo. Y ella no conocía de fórmulas ni de leyes, pero hacía cumplir lo que debía, y se hacía respetar (incluso temer).
Inercia… algunos la catalogaban como floja, que simplemente dejaba hacer y pasar. Pero su trabajo desgastaba física y emocionalmente, y de vez en cuando no era malo sentirse prescindible… lamentablemente no lo era. No podían sucederse los hechos en su justo tiempo si ella no estaba en el justo tiempo. No se podían activar procesos propios de una pérdida si ella no aparecía cuando y donde debía. No se cerraban ciclos si ella no los cerraba. No existe la vida sin ella, la Muerte…
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