La joven escritora estaba terminando su novela. Llevaba meses encerrada en el proyecto de su vida, y valía la pena todos los sacrificios. Era tal el nivel de acuciosidad en los detalles, que probablemente se transformaría en una de las obras magnas de la historia de la literatura. Si bien es cierto era sólo una novela, su extensión y su temática definitivamente cambiarían el modo de leer y el gusto por la lectura de todos aquellos que se preciaban de lectores “doctos”.
La creación de la novela motivó muchas decisiones en su vida. Para no dejarse influenciar por nada la joven dejó de ver noticias y leer diarios y revistas: un par de meses antes inclusive, cuando el proyecto nació en su mente, decidió no leer ninguna otra obra literaria, ni en prosa ni en poesía. Era tan revolucionaria la idea que las musas le habían regalado (o más bien encargado para que la diera a luz) que tendría que dedicarse exclusivamente a ella, nada ni nadie la podía distraer, sino el precio a pagar podía ser altísimo… lamentablemente ni su familia ni su novio fueron capaces de comprender el valor del sacrificio, y en corto tiempo quedó sola y aislada de los que eran sus seres queridos. Pero no importaba, el tiempo le daría la razón, y sabía que luego de publicar su escrito todos volverían a buscarla, y sería ella quien decidiría a quién recibir y a quién no.
La falta de sueño la estaba mermando físicamente, pero era la única manera de no cortar las ideas en la medida que iban fluyendo. A veces la escritura le hacía malas pasadas, pues en más de una ocasión cuando se paró a almorzar era de madrugada: mas todo esfuerzo tiene su recompensa, y la suya se acercaba a pasos agigantados.
Por fin, ese sábado en la mañana logró redondear los detalles finales y terminó su novela. La alegría la desbordaba, la satisfacción de la obra terminada era simplemente la sensación más grata de toda su existencia; el solo hecho de ver el legajo de hojas recién impreso, de palpar las páginas al salir de su impresora, de ver físicamente el producto de su esfuerzo en sus manos era suficiente para olvidar todo lo que había perdido en el camino. Todo ello era recuperable, y si no, podría fácilmente hacer una nueva vida con las ganancias que la novela le daría.
El lunes siguiente, temprano en la mañana, acudió a registrar la novela, para luego dirigirse a la editorial con la cual estaba en conversaciones a entregar una copia para que el editor la leyera. Era obvio que luego de leer el libro la oferta de la editorial debería ser repactada, pues la calidad excedía con creces todos los cánones conocidos. Bastaba solamente tener un poco de paciencia para que el editor leyera y diera su opinión. Quedaron de comunicarse en una semana para poder leer tranquilo: por fin tendría una semana para ella, para empezar a contactarse con su antigua vida.
El martes en la tarde suena su teléfono; al contestar, la voz del editor sonaba, por decir lo menos, contrariada:
-¿Acaso crees que estoy para bromas de mal gusto?
-Perdón señor, no entiendo, ¿qué pasó con mi novela?, ¿tan rápido la leyó?
-¿TU novela?
-…. ¿a qué se refiere con ese tono de voz?
-¿En qué mundo vives mujer? Esa novela salió publicada hace dos meses y ya es best seller en todo el mundo…