Mientras terminaba de leer el diario fumando un cigarro, una mueca de asco invadió su rostro. Su ceño fruncido y su cara contraída eran una reacción a lo que sus ojos leían. Era increíble de ver gente morir de hambre en pleno siglo 21, a tan pocos kilómetros de distancia. Al parecer la sociedad ya no se preocupaba de sus componentes, y sólo quedaba que hombres como él tomaran las riendas del asunto. Lo peor de todo era ver niños que aún no habían vivido, sufrir de hambre desde el nacimiento hasta desaparecer por inanición.
El era un empresario joven y exitoso que hacía tiempo buscaba cómo ayudar a sus congéneres. Y ese diario le dio la ocasión propicia para empezar a terminar con los hambrientos del mundo. Para alguien con sus recursos no sería una tarea difícil, más aún si se focalizaba sólo en el pueblo del reportaje. De solo pensar en el fin del sufrimiento de esos pobres niños, su alma se regocijaba.
Luego de solicitar todos los permisos legales y de cobrar algunos favores aduaneros para apurar el procedimiento, dispuso que dos de los aviones de su línea aérea fueran cargados a máxima capacidad con los víveres que había comprado. Luego de hablar con su gente de confianza él y otro piloto guiarían ambas naves hacia el pueblo del reportaje para comenzar su cruzada.
Cuando llegó al país de destino era esperado por funcionarios de la embajada, pues no quería publicidad; pese a su poder económico era un hombre de bajo perfil. De inmediato la carga fue transportada a varios camiones para ser llevada lo antes posible a destino.
Al anochecer ya arribaban a su objetivo. La gente del pueblo estaba avisada, por lo que habían preparado una bienvenida con bailes típicos de la zona. Para él fue terrible ver a esos pobres niños bailando para él con sus últimas fuerzas, en agradecimiento a su pequeña contribución.
Una vez hubo terminado la recepción, los víveres fueron repartidos entre todos. Las caras de esperanza y alegría cambiaron bruscamente por una breve expresión de sorpresa, seguida de una rígida y eterna caída al suelo. Así, en poco menos de 30 segundos, acabó con el martirio del hambre de esas pobres víctimas de la vida. Sólo quedaba quemar los cadáveres y buscar el siguiente destino de su cruzada mundial…