La frenética música alejaba su mente de la decisión que había tomado. Ya bastante tiempo había usado en la planificación, el suficiente para no dejar ningún cabo suelto. Habían sido muchos años de maltrato, de desilusiones, de indiferencia y soledad. Había llegado la hora de que el resto viviera la soledad, sintiera la indiferencia, sufriera el maltrato.
El edificio corporativo fue diseñado en una época difícil. Era frecuente ver en los noticiarios como los viejos edificios de la década anterior eran blanco recurrente de antisociales y desalmados que los atacaban con todo tipo de explosivos; por lo tanto todos las torres nuevas estaban llenas de medidas de protección externas, convirtiéndose en verdaderas fortificaciones. Para dar mayor seguridad, sólo el presidente de la empresa y el accionista mayoritario contaban con llave maestra que cortaban dichas defensas. Sin ambas llaves, todo el edificio era una construcción invulnerable.
La frenética música permitía que el tiempo corriera sin que el arrepentimiento pudiera asomarse y echar todo por la borda. Ya había plantado una cantidad de explosivos suficiente para volar la manzana completa y sólo faltaba activarlas de modo secuencial, para que el derrumbe acabara con todo y todos. Ya no volvería a estar solo, porque todos se irían con él al infierno; ya no los vería hablar a su alrededor sin ser tomado en cuenta; ya no sabría el lunes siguiente de las fiestas de fin de semana a la que nunca fue invitado; ya no vería más los regalos del amigo secreto pasar frente a sus ojos sin haber recibido ninguno; ya no sería felicitado de frente y vapuleado a sus espaldas.
Esa mañana estaban haciendo una auditoría general a la empresa, por tanto todos debían estar en sus puestos. Para evitar filtraciones de cualquier índole, se habían bloqueado internet y los teléfonos por orden del presidente. Extrañamente el accionista mayoritario no apareció por ninguna parte, pese a haber sido uno de los impulsores de la auditoría; mientras tanto el presidente había visitado todos los pisos, para luego ir a su oficina.
La frenética música dio paso al silencio. Era la hora precisa: con una llave en cada mano el presidente de la compañía desbloqueó el sistema de seguridad y activó la secuencia de explosivos. A su lado yacía el cuerpo del accionista dueño de la otra llave…