El aire se agotaba rápidamente en el cuarto. Parecía una verdadera pesadilla estar sentado en esa silla, atado de pies y manos, en la incertidumbre de lo que podía venir. Le habían dicho que no sufriría pero a esas alturas no sabía a quién creerle, todos le habían mentido de un u otro modo, y esa habitación era la culminación de todas las mentiras. Tal vez era limitado mentalmente, no tenía todas las capacidades que el resto de la gente, pero sabía que las mentiras que le habían dicho lo tenían en la habitación.
Su vida no era muy distinta a la del resto de los campesinos, salvo por su leve retardo mental, lo cual no era barrera para poder desempeñar los trabajos de fuerza que las labores de siembra y cosecha requerían de él. Lamentablemente y como en casi todas partes, su retardo era motivo de burlas. De niño era el burro, de adolescente el tonto, y ahora de adulto todos le decían “animal”. Un sacerdote que se encargaba de mantenerlo alejado de los problemas y de intentar guiarlo por el lado del bien le decía que el apodo era por su fuerza, que superaba a la de un ser humano común; pero por el tono en que se lo decían suponía que no era por eso. Pese a ello obedecía lo que el cura le decía, y se alejaba de quienes intentaban provocarlo; no parecía una mala persona, no se notaba que intentara sacar provecho de él, por ende había motivos para confiar en sus consejos.
Un año atrás apareció un grupo de hombres en el pueblo a quienes todos temían. El cura le dijo que era mejor no acercarse a ellos, que podían tener malas intenciones. Una tarde en que algunos trabajadores empezaron a mofarse de él e insultarlo, fue defendido por el grupo de hombres, quienes golpearon a los que lo insultaban y los corrieron del lugar. Por fin alguien fuera de la parroquia había hecho algo por él sin pedir nada a cambio; al parecer, el cura se había equivocado.
Dos meses después, una noche en que iba camino a la parroquia, el joven sintió unas risas de hombre y gritos algo ahogados de una mujer que venían de una bodega. Al entrar, encontró a sus amigos con una joven mujer que estaba con sus ropas rasgadas y con la cara sangrando. Los hombres le dijeron que estaban jugando con la mujer, que se había caído y que se había lastimado la cara. Uno de ellos le puso una botella en su boca y lo hizo beber más de la mitad del contenido: desde ese instante los recuerdos se hicieron nebulosos. Entre las imágenes que recordaba se veía con los pantalones abajo encima de la mujer; luego los hombres gritando felices con él… finalmente la cara de la mujer se veía morada mientras sus manos apretaban su cuello.
Cuando despertó se encontró encerrado en una celda con un terrible dolor de cabeza. Al rato dos policías lo vinieron a buscar con cara de odio. Al llegar a una habitación más grande vio cómo sus amigos hablaban de cómo lo habían encontrado con la ropa abajo sobre la mujer muerta, que lo habían intentado reducir y que él los había atacado con su gran fuerza. Los meses siguientes fueron de mentira tras mentira, hasta que un juez leyó un documento que no entendió. Todo ese tiempo el cura lo siguió acompañando en la cárcel, hasta que un día no lo dejaron entrar más. A la noche siguiente lo dejaron comer lo que quiso, y temprano lo despertaron. Luego de vestirse con un uniforme que le dejaron, su cura amigo entró. Le dijo que se reuniría con Dios, que sus pesares pasarían rápido, y que si seguía rezando Dios lo perdonaría por lo que hizo. Él era el único que no le había mentido, por tanto haría lo que le dijera. Finalmente lo sacaron engrillado y lo encerraron amarrado en la extraña habitación, donde el cura no lo pudo acompañar. Minutos después un golpe de algo cayendo dentro de la habitación y un extraño olor le dieron la razón al cura…