El sol golpeaba los ventanales, penetrando la delgada pared de vidrio e inundando con su mar de claridad los espacios limitados de la habitación. Esa imagen evocaba los recuerdos de infancia en la joven, que veía en el reflejo de esa luz a su madre jugando una ronda con ella y su hermanita, cinco años menor. Esa luz despertaba las canciones de cuna que ya casi había olvidado por el tiempo transcurrido. Esa claridad traía con ella el rostro de su hermanita, que parecía una verdadera muñeca con sus mejillas rosadas que brillaban con el sol al rebotar en ellas; también por sus dos largas trenzas de cabello azabache que colgaban frente a su blanco vestido y resaltaban en el claro conjunto.
El sol golpeaba los ventanales; de pronto, tenues nubes cruzaron su paso y tornaron a rojiza su luz inundadora. Esa imagen le recordó la sangre que brotaba del cuello de su hermanita y del pecho de su madre, luego de degollar a una y apuñalar a otra, por no poder soportar la perfección de sus vidas. Al tragar saliva sintió la cuerda en su cuello y recordó que faltaba dar un paso para la realidad...