El anciano caminaba con calma hacia el banco. Su departamento tenía una ubicación privilegiada, estaba a cinco cuadras de todo: una plaza, un banco, un supermercado, dos restaurantes, tres farmacias, un cine y un pequeño centro comercial. Era un barrio bastante seguro y tranquilo, óptimo para terminar sus días en paz luego de una agitada vida como policía. Toda su existencia había estado rodeado de criminales, corriendo tras ellos y a veces hasta escapando en situaciones de peligro, y ahora ya pasado los setenta estaba disfrutando de la civilidad.
Una vez hubo retirado su jubilación emprendió el camino de retorno a su hogar; la prudencia y la experiencia le decían que era tentar a la suerte salir con todo el dinero en efectivo a hacer compras: tanto como él era capaz de “oler” a los delincuentes, ellos sabían detectar a las víctimas con dinero abundante. Cuando estaba por llegar a la esquina de la primera cuadra, donde tenía que doblar para seguir su camino, notó que un hombre joven apuraba sus pasos tras él. Inmediatamente cambió su destino para despistarlo y apuró también su marcha; al llegar a la esquina siguiente dobló y echó a correr con sus escasas fuerzas.
Dos cuadras más allá dobló a su derecha para acercarse de nuevo a su departamento y para ver a su perseguidor, el cual venía velozmente siguiendo sus pasos; si todavía tuviera su calibre 38 otro gallo cantaría... lamentablemente no era así, y no le quedaba más que correr.
El temor empezó a invadirlo, recordaba las palabras de un médico amigo que le hablaba de su desordenada dieta y de su corazón, al cual jamás le había creído. Pero ahora, que llevaba seis cuadras corriendo por su vida, parecía tener razón, pues un intenso dolor en su pecho le impedía respirar y seguir su huída.
Con espanto veía que el hombre seguía tras él, cada vez más cerca, cada vez más amenazante, cada vez más criminal. Pero llegó el instante en que su corazón no dio abasto, terminando botado en el piso de cara al cielo. Él, un viejo policía muriendo a manos de un criminal que ni siquiera disparó un tiro en su contra. El terror se mezclaba con el dolor al ver al tipo sobre él. El dolor se mezclaba con la amargura al ver que el hombre era el cajero que llevaba su billetera que se le había caído a la salida del banco para devolvérsela. La amargura se borraba como la imagen del cajero y tal y como su vida frente a sus ojos…