La pequeña niña iba feliz a su segundo año de colegio. De solo pensar que se reencontraría con sus amigas que dejó de ver el año anterior se emocionaba a más no poder. Ya en el bus escolar se había encontrado con cinco o seis, con las cuales se contaban todo lo que habían hecho en las vacaciones con sus familias. La alegría y la inocencia de los seis años de edad eran el denominador común en el viaje del bus a la escuela.
La niña tenía una vida simplemente feliz: padres y hermanos que la mimaban, amigos de sus padres que la cuidaban y cumplían hasta sus más mínimos caprichos, un amplio departamento con un dormitorio exclusivo para ella. Toda su vida daba vueltas en jugar hasta agotarse y descansar para seguir jugando.
Un par de semanas antes sus padres le contaron que se mudarían a una casa, donde por fin tendría un patio para tener una mascota. El único problema es que se mudarían el mismo primer día de colegio, pero no sería tan complejo pues el padre pasaría en su auto a buscarla en la tarde.
Esa mañana su padre y su madre estaban algo apurados y se mostraban nerviosos, pero de todos modos le tenían una nueva sorpresa: una mochila nueva de la muñeca de moda y una lonchera llena de golosinas para compartir en el colegio con sus amigas. Su madre había sido muy clara: debía abrirla en el colegio, cuando estuviera con todas sus amigas, para que ninguna se sintiera pasada a llevar en la repartición de los dulces. Cuando faltaban tres cuadras para llegar al colegio, la curiosidad de la pequeña y sus amigas no dio para más: abrió con cuidado la mochila, sacó la lonchera, soltó la tapa y la abrió…
La pareja iba raudamente en su todoterreno hacia el aeropuerto. Cuando estaban por estacionarse, un extra en la radio dio cuenta de una horrenda explosión en un bus escolar a pocas cuadras del colegio: la pequeña no cumplió su misión…