Oculto entre las sombras de los frondosos y húmedos árboles, el comando vigilaba sin que nadie lo notara. Usando todos los conocimientos de su entrenamiento en camuflaje, no era más que un pedazo de corteza de aquellas torres vivientes que daban forma a esa parte del bosque. Su controlada respiración era casi imperceptible, permitiendo que la patrulla enemiga pasara casi a través de él y no lo percibieran. Ya sabía cuántos eran, qué armas llevaban, la velocidad a la que avanzaban y el destino que perseguían; ahora sólo faltaba que la virtud principal de cualquier observador, la paciencia, le permitiera esperar a que el lugar estuviera seguro para retirarse y enviar la información a sus superiores.
Sigilosamente se dirigía el comando a algún claro del bosque para poder conectarse con su PDA al satélite y enviar toda la información que permitiría a sus superiores cambiar de una vez por todas sus planes de ataque. Era extraño, siendo el país invadido tan pobre y lleno de supersticiones, no habían sido capaces de avanzar más allá de la frontera natural de esa fortaleza vegetal. Mientras buscaba el bendito claro miraba con asombro la naturaleza que lo rodeaba: árboles de más de 50 metros de altura y de 10 metros de circunferencia uno al lado del otro, cuyas raíces estaban cubiertas por una gruesa capa de húmeda vegetación y de cuyas ramas colgaban incontables lianas que daban un lúgubre aspecto al lugar, pero sin dejar de ser enigmáticamente maravilloso.
A 10 metros de distancia se encontraba el claro donde el helicóptero lo había dejado. Estaba a tiempo, alcanzaría a enviar la información antes que llegaran a buscarlo, lo que inclusive le permitiría participar en la invasión definitiva. De pronto, a 2 metros del claro, tropezó con una raíz. Al intentar ponerse de pie, una liana cubrió su rostro. De improviso decenas de lianas lo sujetaron de pies y brazos, mientras una cubría con fuerza su boca. Pasó el tiempo, llegó el helicóptero y tal como estaba pactado, al no presentarse a los 5 minutos, emprendió la retirada. Dos metros más allá el comando ya no tenía fuerzas para luchar contra las lianas, y sólo atinaba a recordar a esos viejos brujos que les decían a su paso que el dios del bosque estaba de parte de ellos y que por ende jamás perderían…