Encerrada en la caverna la joven muchacha intentaba entender lo que le estaba pasando. Por la poca luminosidad no se atrevía a moverse por miedo a tropezar y caer encima de quien sabe qué. Estaba confundida y muy asustada, y trataba de recordar cómo había terminado en esa terrible situación.
La joven era una estudiante en práctica de secretariado, trabajando en una empresa de computación. Su práctica consistía en digitar cuanto documento se le ocurriera a todo aquel que la viera descansando de su trabajo anterior. Si bien es cierto era algo agotador, sabía que si hacía las cosas bien podía dar una buena imagen y conseguir trabajo cuando se titulara. Esa mañana había tenido poco trabajo, y por la costumbre estaba buscando qué hacer. De pronto vio a un viejo empleado que copiaba un viejo documento en una destartalada máquina de escribir. Sin pensarlo se ofreció a digitar e imprimir el texto para no sentirse inútil. El viejo la miró y aceptó su ayuda, pero le puso una condición: que por ningún motivo leyera alguna frase completa en voz alta. La muchacha no entendió el porqué pero se llevó el texto y empezó a digitar.
El documento era algo así como un manuscrito amarillento escrito en un idioma parecido al castellano antiguo, pero con otras palabras incomprensibles de por medio. Sin darse cuenta, y al no poder leer de corrido una frase, la empezó a deletrear en voz alta. El viejo intentó detenerla pero fue demasiado tarde: al terminar de deletrear la chica miró fijamente la foto de una caverna que había en un calendario en la pared…