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miércoles, junio 16, 2010

Historia de Sangre: Secreto

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719

Capítulo XII: Secreto

Muchas veces la vida trata de dar lecciones al humano. Muchas veces esas lecciones se repiten una y otra vez para que el humano sea capaz de captarlas en alguna de las ocasiones. Muchas veces esas lecciones no son captadas por el humano en ninguna de las ocasiones; pese a ello la vida sigue repitiendo eternamente la lección, con la esperanza que, a lo menos, un humano sea capaz de captar el espíritu educativo que puede significar caer en este planeta. Pero como toda regla requiere alguna excepción para ser más válida, a veces la vida da el golpe de una sola vez. Y pese a ello, el humano sigue sin enmendar el rumbo, basado en su orgullo y apelando a su libre albedrío. Víctor Blood noveno era uno de ellos. La vida le dio las dos caras. Primero le dio cuatro hijas, para que aprendiera a superar sus rancios anhelos de perpetuidad de un simple apellido por sobre valores perdurables y útiles al desarrollo de la humanidad. Luego le dio a una humilde mujer como esposa. Y como no fue capaz de demostrar evolución, le dio el golpe de una vez. Víctor era el padre de una bestia asesina, heredera de una tradición de la familia que él tanto deseaba perdurar. Había muerto a la sirvienta y mutilado a una de las comadronas, la cual difundió la historia por todos los rincones del pueblo, y de los alrededores. Día tras día la historia iba pasando de boca en boca, como una enfermedad contagiosa que se disemina por el aire. Y al igual que una enfermedad, que se manifiesta distinto en los distintos cuerpos, la historia cambiaba según quien la relataba: en una semana en el pueblo vecino, la esposa de Blood había parido a un monstruo con tentáculos que había devorado a ella, al padre y a toda la servidumbre del castillo… Y pese a todo ello, Víctor sólo pensaba en la perpetuación del apellido. Su ambición ciega por el título nobiliario heredado ya se había transformado en una verdadera enfermedad, que no lo dejaba ver la realidad, aunque ésta se paseara frente a sus ojos. La bestia que tenía por hijo había cumplido ya dos años, y él insistía en que podría lograr descendencia útil a sus propósitos. El engendro era absolutamente carnívoro, no consumía nada más que carne, y aún no había desarrollado su faceta antropófaga. De todos modos la escasa servidumbre que se atrevía a trabajar en el viejo castillo del conde usaba bajo la ropa de tela una malla de acero similar a las de caballería, como medida precautoria. La bestia corría velozmente por todos los rincones del castillo, haciendo gala de su agilidad esquivando muebles y personas sin dificultad. El conde había mandado enrejar todas las puertas y ventanas del castillo, para evitar que la única carta de descendencia que le quedaba a su casta escapara, o fuera asesinada por algún pueblerino vulgar o ignorante… en varias oportunidades la bestia había chocado con alguna de las rejas que permanecían cerradas durante el día y la noche, y que eran abiertas exclusivamente para que los sirvientes pudieran salir a conseguir víveres, salir a cazar, y para las cada vez más frecuentes salidas nocturnas del conde; muchas de las rejas ya estaban bastante abolladas con los embates del engendro, y tenían que ser reparadas a lo menos una vez por semana.

El conde salía todas las noches. Ya no le gustaba beber en el castillo, el lugar le traía imágenes a la mente todos los días, y si seguía durmiendo y viviendo ahí era porque no tenía otro lugar donde vivir. La decadencia era notoria, el castillo era un gran monte hueco de piedra vetusto, que día tras día se deterioraba y empezaba literalmente a caerse a pedazos. El conde recibía algunos impuestos del pueblo donde vivía, debiendo enviar el resto a su rey. Pese a que era lo suficientemente inteligente para recortar dineros a su favor, y para obtener favores comerciales a cambio de obviar ciertos impuestos, la manutención de un castillo y la servidumbre lo dejaban permanentemente escaso de fondos. Pero como su obsesión era la tradición familiar y el título nobiliario, poco le importaba que todos sus bienes no fueran más que reliquias casi sin valor comercial, que su castillo valiera sólo por la tierra que abarcaba, y que su título no representara más poder que el de un terrateniente plebeyo: él era el Señor Conde Don Víctor Blood y North Noveno, y defendería eso hasta el fin de sus días…

La pequeña bestia respetaba a su padre. Si bien es cierto no tenía motivos para ello, algo en su interior le hacía obedecer a ese ser débil. Era fácil para un cazador como él determinar cuál presa era más débil que las otras, aunque nunca hubiera cazado en sus dos años de vida, era simple instinto. Se veía casi siempre tambaleante, desequilibrado, mareado. Su abdomen era muy prominente, como si estuviera lleno de líquido; sus brazos eran delgados, su mentón pequeño y sus dientes ridículos e inútiles (los que le quedaban), sus piernas apenas soportarían su peso, no tenía siquiera garras… en general casi todos los humanos que había visto eran parecidos, ninguno remotamente preparado para cazar, ni siquiera le parecían buenas presas. Pero de algún extraño modo, esos mismos humanos, con todas sus debilidades, traían carne fresca casi todos los días. Definitivamente tendría que aprender de ellos, o por lo menos, estar atento a sus actitudes…

4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Blood X el mostro...
esperando su debut!

9:01 p.m.  
Blogger Insecure said...

ayyy!!!! para los padre no hay hijos monstruos, son todos lindos (incluso en este caso...)

12:43 p.m.  
Blogger Unknown said...

Los hijos son los hijos, por mas que ean lo sean o como fueren...

Si los padres no protegen y ven beldad en sus hijos quién lo ah de hacer?

Aún en este caso es hijo!


Agradecida por todos los mimos, premios, decires y cariño dejo un detalle muy humilde otorgado de la mano de mi corazón, en
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8:40 a.m.  
Blogger C.G. said...

Lo de Victor Blood me gustó... Se podría llamar incluso Victoblood :-P
:-)

2:21 p.m.  

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