El delgado botero rema de pie en su viejo bote. Cual gondolero, nunca pudo acostumbrarse a bogar sentado, de modo tal que su largo remo le servía tanto de impulso como de timón. Con la tranquilidad que da el ser dueño de su propio destino, boga sin apuro por el interminable río. De vez en cuando algún desconocido le hace señas desde la orilla para que lo lleve río abajo, a lo cual siempre accede pues lo suyo es navegar. Al terminar el viaje siempre le regalan una moneda de propina, las cuales tiene acumuladas pues su vida no requiere de monedas para seguir siendo vida.
Aquel día era diferente. Luego de varias agitadísimas e interminables jornadas previas de viajar una y otra vez con pasajeros río abajo, a veces llevando a más de uno por la cantidad de viajeros, y con su bolsa llena de propinas, ahora se encontraba con el río totalmente vacío. Por fin podía navegar como le gustaba, disfrutando del agreste paisaje y escuchando el silencio de la naturaleza en su máxima expresión.
El delgado botero rema de pie en su viejo bote. De pronto divisa a lo lejos en la orilla a su querido perro, fiel compañero por años de sus viajes. Con premura acerca su bote a la ribera: con cada palada del remo ve cómo la cola de su amigo se agita más y más. Al llegar a su lado el perro salta al bote, y el botero puede por fin acariciar las dos cabezas de Cerberus. Al parecer la vida en la tierra había acabado, y ahora el delgado Caronte podría simplemente remar por el río de la muerte junto a su guardián por el resto de la eternidad…