Mientras las nubes ocultaban el tenue sol que iluminaba las copas de los árboles de concreto, el motorista se deslizaba por la selva de cemento. Tenía una moto pequeña pero lo suficientemente maniobrable como para desplazarse a altas velocidades en una ciudad atestada de vehículos y gente. Su trabajo era bastante modesto y repetitivo, pero el solo hecho de sentir la velocidad entre entrega y entrega era el complemento necesario para su exiguo sueldo.
Ese nublado día la ciudad parecía más lenta y atochada que de costumbre, lo cual retrasaba sus entregas. Justo ese día su jefe le había dado una carga adicional de trabajo por reestructuración de la empresa, así que debería apurarse. Ya que no podía correr más de lo que el tráfico le permitía, debería acortar las visitas, guardarse el diálogo y simplemente entregar y entregar.
Mientras las nubes oscurecían más el día, el motorista intentaba llegar rápido a cada uno de sus destinos. Durante la mañana había cumplido a tiempo todas las entregas y luego de almorzar estaba listo para los mandados de la tarde. Simplemente lo haría como en la mañana para no perder tiempo: entraría sin saludar, dispararía a la cabeza de la víctima y se iría hacia la siguiente entrega de muerte, guardando la tortura para los días con menos pedidos…