Amarrada a la cama. Ese era el único modo de estar sin salir levitando una vez más. La muchacha había descubierto esa capacidad a los 24 años, y llevaba un año sin saber qué hacer. Su vida, a diferencia de lo que la gente pudiera creer, era un martirio. La primera vez que le sucedió estaba durmiendo en su dormitorio, y despertó con la cara aplastada contra el techo. Luego de un esfuerzo sobrehumano logró arrastrase por el techo hasta la puerta de salida, y ahí ocurrió lo impensable: en cuanto se soltó del marco de la puerta empezó a elevarse hacia el cielo, sólo con la breve camisola con la que dormía, y sin ninguna esperanza de volver. El fortuito impacto contra un avión la hizo caer y despertar aturdida en medio de la calle.
Desde esa ocasión en más los episodios se hacían más recurrentes, una o dos veces al mes al principio, luego una o dos veces a la semana. Pero hacía ya un mes era a diario, cada vez que despertaba estaba pegada contra el techo, y siempre lograba dejar de levitar cuando impactaba contra algo que le impidiera seguir alejándose hacia el espacio. No sabía a quién consultar, pero sí quién la podría guiar al respecto: su madre. Ella sabría qué hacer, y sino, por lo menos a quién consultar.
Amarrada a la cama. Ese era el único modo que tuvo la mujer para controlar a su hija. En esta ocasión el brote esquizofrénico había sido incontrolable, y ya no podía seguir negándose a la realidad que ya le había anticipado el psiquiatra: la única solución era la terapia de electroshock…