Sentado en la terraza mientras la lluvia moja todo a su alrededor, el viejo poeta piensa en su vida. A sabiendas que el tiempo está por alcanzarlo, intenta ordenar sus ideas, creencias y pensamientos para poder explicarle a la inmortalidad el por qué de las decisiones que tomó en su vida y que lo llevaron a estar, a su 89 años, sentado en esa terraza con la lluvia mojando todo a su alrededor.
El viejo poeta alguna vez fue joven. En aquel entonces la poesía no era más que una idea que le hacía pensar en aburrimiento, por lo cual nunca pensaba en ella. Montado en su moto no había límites para él, con 19 años tenía toda una vida por delante para disfrutar sin temor a equivocarse varias veces en el camino. Junto con su novia recorría la ciudad y sus alrededores sin mayores preocupaciones, más que el combustible y el alcohol. Debía eso sí conducir con cuidado, ese mes se había presentado extremadamente lluvioso, y el riesgo de accidentarse era enorme. Una noche, luego de una salida en que la conversación los hizo perder el sentido del tiempo y al notar el retraso, decidió llevar a su novia a su casa por un atajo para que sus padres no se enojaran con ambos. La oscuridad y el alcohol le impidieron ver el hoyo cubierto de agua a mitad de la calle; cuando se dio cuenta, estaba botado en el suelo con el brazo muy adolorido. Metros más allá yacía su novia, sangrando profusamente por su abdomen.
Cuando llegaron al hospital en la ambulancia el diagnóstico fue lapidario: la chica moriría inexorablemente esa noche. El joven, preso de la angustia, salió corriendo de la sala de espera de la urgencia sin saber qué hacer ni cómo avisarle a los padres de la muchacha. Sentado al borde de la acera con la cabeza entre las manos, siente de pronto que alguien se le acerca por la espalda. Al voltear, un hombre sin semblante ni expresión le entrega un amarillento papel. Luego de mirar el papel miró al hombre, quien ahora tenía extendida la mano con una lapicera entre los dedos; sin pensarlo dos veces firmó el papel. En ese instante el hombre sin semblante ni expresión da media vuelta y desaparece bajo la lluvia. El joven se levanta lentamente, entra a la urgencia, pide ver a su novia, y sin mediar palabras la besa en la frente. En ese instante la muchacha recobra el conocimiento y empieza a sanar sus heridas.
Sentado en la terraza mientras la lluvia moja todo a su alrededor, el viejo poeta piensa en su vida. Una semana atrás había dejado a su joven novia en la urgencia completamente sana, luego de firmar un pacto que le devolvería la salud y la vida en siete días, por cada uno de los cuales él pagaría con diez años de su existencia. No se sabía capaz de pensar, sentir y escribir tan rápido como para terminar un poemario en una semana. Ahora sólo quedaba esperar al final del día a que lo vinieran a buscar para empezar a recorrer en su moto los caminos del infierno.