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miércoles, junio 22, 2011

Divinidad

La letanía se escuchaba recurrente en la cabeza de la mujer, recordándole su conexión con la divinidad. Desde siempre había sabido que era especial, y ahora que ya era una mujer hecha y derecha tenía que asumir las responsabilidades que ello conllevaba. Su familia nunca había notado nada extraño, pues su sabiduría e iluminación le habían permitido notar que estaba rodeada de gente cariñosa y muy humana, pero inferior en todos los aspectos, por tanto no serían capaces de entender su don, y hasta podrían interferir con el fin que la divinidad tenía reservado para ella y que no le había sido revelado.

A los cuatro años era una niña común y corriente que jugaba a todo y con todos, y que no tenía más preocupaciones que seguir jugando. Cuando cumplió los cinco empezó a recibir los mensajes de la divinidad, que le revelaron su condición de ser superior, activaron todas sus capacidades mentales y la guiaron por un nuevo camino dentro de su misma realidad. Desde ese instante su mente funcionaba como la de cualquier adulto, con todos los problemas que ello implicaba. Todos los días llegaba un mensaje nuevo lleno de sabiduría, seguido de una letanía que empezaba al terminar el mensaje y luego se iba apagando lentamente. Así, intentaba seguir una vida normal para su edad física, mientras su mente avanzaba a pasos agigantados por vericuetos inimaginables para el resto de los mortales; de todos modos no había conflicto en ello, pues la sabiduría recibida le permitía entender que todo llegaría a su momento, pese a lo que ella pudiera pensar o desear.

Llegando a su adolescencia, los mensajes se hacían cada vez más breves y concisos, y la letanía más larga, ocupando a veces todo lo que restaba del día. Sólo una mente superior como la suya era capaz de aguantar esa especie de tortura a la que era sometida por la divinidad, día tras día. En su corazón sabía que los plazos se estaban acortando, pese a que su mente le repetía a cada rato que el corazón no era más que un músculo que bombeaba sangre y secretaba hormonas. Al cumplir los veinte, cesaron los mensajes y sólo persistía la letanía eterna. A los veintiuno la letanía se extinguió, y su contacto diario con la divinidad pareció desaparecer.

La letanía se escuchaba recurrente en la cabeza de la mujer, recordándole su conexión con la divinidad. Al cumplir los veintitrés volvió a su mente el mensaje las 24 horas del día, con una fuerza incontrolable y con las instrucciones necesarias para cumplir su cometido. Ahora sabía lo que tenía que hacer para obedecer la letanía y cumplir con el mandato divino: “vive...”

2 Comments:

Blogger Daniel. Te invito a visitar http://eldeportero.wordpress.com said...

La experiencia de la vida común y corriente es necesaria hasta para una Divinidad. Me imagino que la protagonista necesitaba vivir para completar su experiencia entre la gente.
Saludos

8:49 p.m.  
Blogger D.es.Cargador said...

Vive...
Escribe y pervive.

7:42 p.m.  

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