Los zombies avanzaban desesperados por el medio de la vacía calle. No tenían conciencia del cómo ni el cuándo, pero sabían lo que eran y necesitaban. Luego de cuatro años luchando contra los humanos habían vencido, y ya no quedaban más que zombies en la tierra. Ya habían pasado tres semanas del triunfo definitivo, y dos desde que se acabaron los humanos. Esas dos semanas de inanición tenían a los nuevos amos del planeta en apuros: ¿de qué se alimentarían ahora, que ya no quedaban cerebros humanos sino sólo de animales y otros zombies? Unos cuantos habían intentado con animales, muriendo intoxicados a las pocas horas; los más intentaron matar a los de su propia especie, pero luego de tremendos combates en igualdad de condiciones, los pocos que lograron terminar con sus potenciales víctimas se encontraron con la peor sorpresa: sus cráneos estaban huecos. Así, el triunfo sobre los humanos no era más que una derrota en el mediano plazo y una segura muerte por inanición.
Mientras la desesperación hacía que cada cierto rato los zombies se enfrascaran en infructuosas peleas, el final se veía venir en el corto plazo. Dentro de cada uno de ellos se sentía que tarde o temprano las fuerzas se acabarían y que la segunda y definitiva muerte los alcanzaría sin que pudieran huir. De todas maneras el instinto les hacía seguir su desordenada caminata, pues aún quedaba algo de olor a humano. El oscuro manto de la noche era el entorno perfecto para la marcha de los sin destino.
A la salida de la ciudad el olor a humano aumentaba más y más. De pronto uno de ellos apuntó hacia una vieja y mal cuidada granja, con grandes graneros, caballerizas y galpones, algunos de reciente manufactura; al parecer algunos humanos habían logrado ocultarse por más tiempo que el resto, y ahora había llegado por fin la merecida comida luego de la verdadera batalla final. Los zombies entraron en masa a la granja por la entrada principal de la cerca. Cuando todos estaban dentro las puertas se cerraron bruscamente, decenas de focos se encendieron encegueciéndolos, luego de lo cual sendas ráfagas de diversas armas de fuego destrozaron sus cabezas. Los pocos que sobrevivieron fueron rematados en el suelo por los zombies dueños de la granja. Desde el principio de la guerra contra los humanos se dieron cuenta que podía acabar todo en algún instante, así que decidieron capturar familias jóvenes de humanos y encerrarlos para reproducirlos y así poder tener comida para siempre. Definitivamente no dejarían que esos cuatro años de esfuerzo acabaran en manos de un grupo de zombies sin visión de futuro.