Los brujos estaban entusiasmados, ese lunes doce faltando cinco minutos para la medianoche era un momento de preparación para lo que se vendría. En cinco minutos sería martes trece; junto con ello y en ese preciso momento, cuando el reloj marcara las cero horas con cero minutos y cero segundos, la luna pasaría a llena. Esa conjunción de eventos era casi imposible, pero por fin se había dado. Nadie sabía qué pasaría, pero todos tenían claro que sería algo espectacular, que desequilibraría la balanza de la lucha entre el bien y el mal definitivamente hacia las huestes del mal.
Todos los sabios del mal estaban preparados. El huso horario elegido era el de Greenwich; así, en todo el mundo estaban coordinados para lanzar al unísono sus más poderosos conjuros, para hacer sendos sacrificios humanos, para profanar al mismo tiempo los templos insignes del bien alrededor del planeta. Esa energía maligna, conjugada con la luna y la fecha, debería resultar en el triunfo definitivo sobre el bien en todas sus formas, y el inicio del imperio del mal sobre la faz de la tierra, que por fin sería la copia infeliz del infierno. Los tontos del bien ni siquiera sabrían qué les pasó por encima, pues seguían predicando que todo ello era falso y por ende, ignorable. Los hechos darían la razón a quien correspondiera, por sobre las palabras.
Los brujos estaban entusiasmados. Las alarmas sonaron anunciando la llegada de la conjunción esperada: los conjuros se lanzaron, los sacrificios se ejecutaron, las profanaciones se cumplieron. Luego todos miraron a la luna, esperando la señal del triunfo, que jamás llegó. Nunca supieron que las hordas del mal se regían por el calendario juliano...