José dormía profundamente, o eso parecía. Sufría una extraña enfermedad que nadie había podido definir a ciencia cierta. La madre de José lo había llevado a cuanto médico al alcance de sus medios existía, pero nadie lograba darle la respuesta necesaria. Algunos hablaban de epilepsia de ausencias, otros de narcolepsia, inclusive hasta alguna enfermedad psiquiátrica; el asunto era que José caía en un sueño profundo que lo desconectaba del mundo real por un día entero. Así, vivía un día como cualquier niño de seis años, y dormía el siguiente sin poder ser despertado ni para comer. Durante su sueño hablaba incoherencias, a veces en una jerigonza que hasta había hecho pensar a algunos miembros de la familia en una posesión demoníaca o algo parecido. Además el pequeño hablaba de jugar en una especie de tabla que volaba, con algo como agua pero de cientos de colores, y tener algo como una mascota con un inusual número de extremidades. Al despertar volvía a ser José, el niño de siempre que andaba en bicicleta, corría con sus amigos y con su perro sin raza.
D'Ark dormía profundamente, o eso parecía. Sufría un extraño mal que nadie había podido definir a ciencia cierta. La progenitora de D'Ark lo había llevado a cuanto sanador cercano a su sistema planetario existía, pero nadie lograba darle la respuesta necesaria. Algunos hablaban de una infección por mordedura de un cefac'tic, otros de envenenamiento por selk'na, inclusive hasta alguna falla en uno de sus dos cerebros; el asunto era que D'Ark caía en un sueño profundo que lo desconectaba del mundo real por una jornada entera. Así, vivía una jornada como cualquier pequeño de seis ciclos, y dormía el siguiente sin poder ser despertado ni para comer. Durante su sueño hablaba incoherencias, a veces en una jerigonza que hasta había hecho pensar a algunos miembros del clan en una iluminación religiosa o algo parecido. Además el pequeño hablaba de jugar en una especie de palo rudimentario con ruedas que movía con sus pies, con otros seres pequeños de apenas dos brazos y dos piernas, y tener algo como un animal guía pero tapado de pelo y casi sin patas. Al despertar volvía a ser D'Ark, el pequeño de siempre que andaba en tabla levitante, danzaba con fluidos telepáticos y con su sertec de veintiocho patas.
A fin de cuentas, D'Ark José era un ser de carbono feliz