“Así es mejor” se repetía una y
otra vez, para convencerse que por fin había hecho bien su trabajo.
Cansado ya del viejo juego del ensayo y el error, el cansado oficinista
quería de una vez por todas terminar con lo que le habían ordenado
hacer. Seis veces ya había presentado los resultados de su trabajo,
y las seis veces se lo habían lanzado a la cara, desnundando los
errores que presentaba, y demorando una y otra vez el paso siguiente
en su carrera.
“Así es mejor”, decía revisando
los detalles, repasando los procesos, mirando una y otra vez todos y
cada uno de los requerimientos que le habían hecho, de modo tal de
no tener que sufrir la vergüenza de volver a ser rechazado y tener
que empezar todo de nuevo, además de caer en desgracia frente a
quienes guiaban sus pasos en la vida.
“Así es mejor”, pensaba mientras
agradecía la ayuda aportada por la nueva contadora que habían
contratado en su lugar de trabajo. La joven recién recibida era
perfecta para la empresa, y la indicada para trabajar codo a codo con
él en la consecución de la maldita tarea que le habían rechazado
ya seis veces. En todas las ocasiones alguna nueva funcionaria había
estado ahí para trabajar con él, pero todas habían sido incapaces
de colaborar de modo adecuado, dejando errores que después había
tenido que asumir como propios. La contadora en cambio llegó para
hacer todo bien desde el principio, y su sola presencia le daba la
seguridad necesaria para que todo resultara bien de una vez y para
siempre.
“Así está perfecto”, dijeron las
voces en su cabeza cuando entregó lo que le pidieron. Por fin había
entregado un cadáver de mujer desmembrado en vida, que sólo murió
cuando la decapitó, con cortes netos y precisos, sin dejar partes
desgarradas ni huesos astillados. Ahora por fin su trabajo estaba
terminado, y las voces le ordenarían suicidarse para dejar de
sufrir, luego de haber torturado en vano a las seis primeras
víctimas.