Un alma desencarnada, sin nombre, sexo
ni edad, era. Su sola esencia era suficiente para definir su
realidad, y apartar todas las dudas que invaden al ser en cuanto
entra al cuerpo al que debe dar el soplo vital. Su ausencia de
características evaluables por los sentidos conocidos demostraba su
cualidad de única y maravillosa, como toda creación que viene para
alguna vez volver.
Un alma desencarnada, sin nombre, sexo
ni edad, estaba. Sin necesidad de ubicación, su existencia era
garantía de permanencia en todas y ninguna parte, hecho casi
inexplicable para vivos pero natural en el plano de aquellos que no
necesitan de cuerpo, o aún (o ya) no lo merecen. La natural
omnipresencia de las criaturas etéreas convertía a todas ellas en
parte del cosmos y en cosmos como tal.
Un alma desencarnada, sin nombre, sexo
ni edad, buscaba. Su búsqueda era gatillada por su propia esencia
omnisciente, ella la obligaba a internarse en los recovecos de la
nada para que todo lo que escapara de su realidad, fuera raudamente
recapturado. Su búsqueda la había llevado a una revelación
dolorosa: dentro de los límites de su todo, era, estaba y lo sabía
todo, pero más allá de aquello su ignorancia lo llevaba a calificar
esa ignota existencia como nada, a sabiendas que la nada es la simple
ausencia del todo, o peor aún, su ignorancia. Así, la curiosa alma
empezaba a conocer el sufrimiento en manos de su propia esencia e
ignorancia, e intentaba paliar dicho sufrimiento en la búsqueda.
Un alma desencarnada, sin nombre, sexo
ni edad, sentía. Lo suyo, como entidad etérea, no eran las
sensaciones, pues no tenía cómo medir lo que la rodeaba; pese a
poder identificar el medio gracias a su omnisciencia, no le aportaba
nada el sentir el entorno, por lo que lo suyo eran los sentimientos.
Aquello que al encarnar se convertía en el enemigo de la
racionalidad, en su estado era lo que equilibraba a la razón,
navegando ambas en comunión por el océano de la intangibilidad.
Un alma desencarnada, sin nombre, sexo
ni edad, decidía. A sabiendas que su decisión implicaba un cambio
de estado que tácitamente implicaba retroceso en el corto plazo, era
el único camino para iniciar el retorno hacia el principio. La
vuelta a la fuente de origen era el objetivo final, para iniciar el
verdadero camino. No era grato aceptar que para avanzar tres pasos
había que partir dando uno atrás, pero ese hecho no era modificable
y por ende, indiscutible. La evolución parte en la involución, la
luz debe conocer la oscuridad, el futuro se sustenta en el pasado, la
sabiduría nace como ignorancia.
Un alma desencarnada, sin nombre, sexo
ni edad, cambió. Conscientemente recibió nombre, eligió sexo, y
obtuvo edad que en ese instante era cero. Así, como alma encarnada
en cuerpo dio el necesario paso atrás para poder cumplir su misión
e intentar avanzar los tres necesarios, que la dejarían dos pasos
más cerca de la meta en la maratón evolutiva hacia la iluminación.