Mientras la estridente
sinfonía inundaba sus oídos y anestesiaba su cerebro, Marta tomaba
un baño de tina para relajarse. La vida se ensañaba día tras día
con ella, así que tenía que buscar algo que la sacara de ese estado
de sufrimiento constante que significaba seguir viva. El dolor y la
pena parecían enmarcar cada paso que daba en su camino, hasta que
entendió que dar la batalla contra la realidad era imposible, y
aprendió que estaba en ella salir de esa vorágine y buscar alguna
vía alternativa para avanzar con menos pesar. Así, había adquirido
una simple rutina que la liberaba de todos sus dolores: cada vez que
las cosas andaban peor que de costumbre en su trabajo, en cuanto
llegaba a su departamento se desnudaba, ponía algún concierto o
sinfonía a todo volumen, y luego de un rato tomaba un reparador baño
de tina.
Marta era una mujer madura
y solitaria, soltera y sin hijos por culpa de malas decisiones en su
juventud; ahora era discriminada y mal mirada por no tener una
familia de la cual enorgullecerse o criticar, y sin más tema de
conversación que sus sueños e ideales, anacrónicos y sin sentido
para quieres la rodeaban. Su vida giraba en torno a su trabajo, luego
de lo cual llegaba a su departamento a soñar con la vida que pudo
haber tenido si hubiera decidido distinto en cada etapa de su vida.
Si no fuera por la música y sus baños de tina, probablemente se
habría suicidado.
Marta llegó tarde a su
hogar ese día, una reunión se alargó más de la cuenta, echando a
perder los planes de sus compañeros de trabajo y amargando su día
producto de los reclamos y malos tratos de sus jefes y la
indiferencia de sus subalternos. Esa noche sería imprescindible
implementar su rutina, si quería volver al trabajo sin problemas al
día siguiente. Luego de dejar el bolso con su notebook y sus
documentos encima de la cama, se desnudó y puso uno de los cedés de
música clásica a máximo volumen. A los cinco minutos, una
seguidilla de fuertes golpes en su puerta la hicieron pararse del
sillón en que esperaba pacientemente, y abrir su puerta hasta atrás;
uno de sus vecinos venía a reclamar por el ruido ensordecedor,
encontrándose con la mujer desnuda que coquetamente le dio la
espalda y se encaminó hacia el baño. El hombre la siguió de
inmediato cerrando tras de sí la puerta de entrada; al entrar a la
sala de baño vio que la mujer estaba acostada en la tina. El hombre
se acercó y se inclinó sobre ella, siendo recibido con un certero
corte en el cuello con una vieja navaja de afeitar bien afilada. Por
fin Marta podía disfrutar de su baño de tina, cinco litros de
sangre eran más que suficientes para lavar sus frustraciones y
borrar sus penas.