El grupo de neandertales estaba
arrinconado contra un muro de piedra de un risco, enfrentados a la
incertidumbre de lo desconocido: los dioses estaban enojados con
ellos, y al parecer sus esfuerzos por huir del destino habían sido
en vano. Esa tribu era la última que quedaba de neandertales puros y
originales, todas las otras se habían extinguido, y unos cuantos se
integraron a grupos pequeños de cromagnones, con lo cual se había
perdido el patrón genético característico de la especie para dar
paso a un híbrido que eventualmente lograría seguir evolucionando.
Estaba claro para ellos que los dioses estaban en su contra, por lo
que llevaban un par de años escapando, dejando huellas por doquier
de su arte y sus creencias: las imágenes reproducidas en las paredes
de Europa occidental no los representaban a ellos cazando, sino a los
dioses batallando contra demonios con formas animales, que buscaban
vencerlos para luego arrasar con los neandertales. Los dioses habían
vencido, pero pese a ello su raza había sido condenada a la
extinción, para ser reemplazados por los nuevos homínidos que
ocupaban la tierra a la par con ellos.
Los neandertales estaban cansados de
huir. Pese a honrar día tras día a los dioses, a respetar las
señales de la naturaleza -que no eran otra cosa que mensajes
divinos- y a glorificar su lucha interminable contra los demonios
animales por medio de sus pinturas, veían cómo sus iguales
desaparecían cada vez más rápido de la superficie de la tierra, y
sentían que cada vez había menos lugares donde esconderse. Pese a
que todo jugaba en contra de ellos, seguían dando la pelea por la
supervivencia de su alicaída especie, en espera de recuperar el
favor de la divinidad. Pero ahora se había unido un nuevo enemigo en
contra: el cansancio. La sobrevivencia era difícil, y a veces la
tribu se planteaba el sentido de seguir luchando contra la
incertidumbre, en pos de un destino igual de incierto.
El grupo de neandertales estaba
arrinconado contra un muro de piedra de un risco, entregados al
miedo: los dioses los habían encontrado, y ya no había hacia dónde
escapar ni quedaban ganas de hacerlo. Las grandes rocas voladoras
envueltas en fuego de los dioses les cortaban el paso, empezando a
calentar en demasía las pieles que los cubrían, que de un momento a
otro terminaron por desintegrarse en llamas. De pronto las llamas de
las rocas cambiaron de color a uno similar al del sol, signo
inequívoco del fin de su especie. Un par de segundos después el
calor desapareció, y los neandertales se encontraron en una sala,
vestidos con extrañas vestimentas que parecían adherirse a la piel,
y acompañados por todos los miembros de su especie. Su labor en la
tierra había terminado, habían plantado la semilla del arte y la fe
en los homínidos, y ahora debían seguir su recorrido sembrando
dicha simiente en todas las razas en ciernes del universo.