Cuenta una leyenda que la casa de la esquina está embrujada. Eso suele
suceder en barrios viejos como éste, en que la gente no tiene mucho más que
hacer que contar historias, que con el paso de las décadas se transformarán en
leyendas. Dicen que la casa fue maldecida por una bruja, debido a una
desilusión amorosa. Dicen que la mujer usó todo el arsenal propio de brujas
para estos menesteres: tierra de cementerio, sangre de animales, aceites
varios, y que con ellos y un sortilegio, logró que la casa no permitiera
huéspedes, pues ella iba a ser la señora de esa casa, pero el hombre que le
había prometido amor eterno desechó su amor y su promesa por una mujer
extranjera, que murió la misma noche en que ella hizo su hechizo. Dicen que esa
historia es de fines del siglo XIX, y que desde ese entonces nadie ha vivido en
esa casa. Eso pudo haber sido así al menos hasta anoche, en que vi luces en una
de las ventanas del segundo piso.
Acá se supone que viene la parte en que entro a la casa a ver lo de la
luz y me encuentro con un psicópata, una niña pálida de pelo largo o un
fantasma espantosamente feo, y el relato adquiere ribetes de terror… pero la
verdad no es esa. Obviamente me acerqué a la casa por la curiosidad de las
luces. Como buen vecino toqué el timbre, esperando que alguien saliera. Como
buen vecino, golpeé la reja al ver que el timbre no surtía efecto. Como vecino
intruso decidí abrir la reja y entrar hablando en voz alta, a ver si alguien
salía, para finalmente empezar a golpear la puerta de la entrada, primero con
suavidad, luego con fuerza, y finalmente con violencia. Luego de intrusear por
la ventana y no ver nada, hice lo que no se debe hacer: forzar la puerta.
Las casas del siglo XIX no tienen nada que ver con las porquerías
minimalistas del siglo XXI. De puro ver los adornos en sobrerrelieve de las
paredes me dan ganas de tener una. Nada está dejado al azar desde el punto de
vista estético, y hay muchas cosas que no sirven de nada, pero cuya ausencia le
cambiaría el sentido a esta casona. El tallado en la baranda de la escalera,
los colores deslavados de los muros, las figuras talladas en todas partes de la
madera. Si mi madre estuviera acá me diría que no toque nada, que puedo romper
algo, que son cosas caras que no son mías, que en lo ajeno reina la desgracia…
la verdad es que no puedo dejar de tocar estas maravillas: la textura de la
madera, la calidad del acabado, lo llamativo de los diseños…
Esto no está
pasando, debo haber tomado mucho sin recordarlo, tal vez algún hongo en el
polvo de esta vieja casa… no puede ser que esta alucinación sea tan vívida. De
tanto tocar cosas algo me debe haber entrado por la piel… ¿qué mierda pasa?
Recuerdo que lo último que toqué fue un bajorrelieve con la forma de la casa, y
de pronto empecé con esta alucinación. Sentí que la casa me metía en una de sus
paredes, y ahora me veo formando parte del muro de la sala de estar del primer
piso de esta extraña casa. Me cuesta mucho ver hacia el lado donde estaba, pero
puedo ver las entrañas de esta curiosa edificación. Esto es muy loco, si miro
hacia abajo esta cosa pareciera tener raíces, que bajan tan profundo que no
logro ver hasta dónde llegan. De pronto veo con dificultad que al otro lado del
muro, en el mundo real, se empiezan a encender las luces de la sala de estar;
al mismo tiempo, una indescriptible debilidad empieza a hacer presa de mi
cuerpo, haciéndome ver todo borroso y perder las fuerzas, como si la luz se encendiera
con mi energía vital. La debilidad es tal, que ya ni siquiera tengo fuerzas
para respirar… antes de perder el sentido, probablemente para siempre, logro
ver en el espesor de la pared del segundo piso el esqueleto de un niño, del
tamaño del que reportara como extraviado ayer mi vecina…