Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, enero 22, 2014

Cocina



La sangre chorreaba de la boca de Arturo. El dolor de su boca era enorme, y le impedía saber si el fluido que goteaba de sus labios y su lengua era propio, producto de los violentos golpes que había recibido hasta ese momento, o de su rival, a quien había mordido con inusitada rabia un par de minutos atrás, llegando a arrancarle piel y músculos del cuello, y cortando una de sus arterias carótidas, acabando con su vida casi en el acto; de hecho Arturo ni siquiera tenía la certeza que el dolor en su boca no hubiera sido causado por la tensión en los músculos de su mandíbula, para poder defenderse del desgraciado que al parecer pretendía despedazarlo a golpes.

Arturo era un renombrado chef, conocido por sus libros y sus programas de televisión, en donde hacía gala de su histrionismo para enseñar a cocinar platos extraños de sabores novedosos y de buen precio. En más de una oportunidad se había metido en conflictos con grupos de defensores de animales, por su costumbre de experimentar con algunos platos exóticos que incluían en su preparación animales considerados como mascotas, pero siempre se las arreglaba para salir bien parado de las situaciones en que se veía envuelto.

Arturo tenía preparada una sorpresa para la grabación de esa tarde. En uno de sus viajes a Oriente un cocinero de pueblo le enseñó a cocinar carne de perro, y a cómo criar y alimentar dichos animales para que pudieran servir como plato y no como mascotas. Su equipo no estaba muy de acuerdo con la idea, en especial uno de los productores que vio la debacle que ello podría causar en el rating del programa, provocando fuga de auspiciadores y problemas económicos insalvables, pero de todos modos fue capaz de convencer al resto del equipo de lo novedoso de su idea.

Arturo tenía todo listo. Esa tarde había traído al pequeño perro faenado y trozado para no causar el natural asco en los televidentes y en los miembros del equipo de grabación, y se había preocupado de llegar una hora antes para que nadie viera los pasos intermedios de las diversas fases de la preparación del plato. Justo cuando estaba empezando a ordenar todo para dejarlo agradable a la vista y cómodo para los diversos tiros de cámara, recibió un brutal golpe en su espalda que lo derribó, luego de lo cual vio sobre él al productor disidente golpeándolo con claras intenciones de matarlo, por la inusitada agresividad de su ataque.

La sangre chorreaba de la boca de Arturo. El productor yacía muerto en el piso, desangrado, y Arturo se reponía con dificultad de la salvaje golpiza recibida, y de ver cómo el maldito hombre lobo recuperaba su forma humana una vez muerto. Lo mejor era clavar rápido sus colmillos del otro lado del cuerpo para libar la poca sangre que le quedaba a su enemigo mortal, para tener las fuerzas suficientes para deshacerse del cadáver. Definitivamente debería tener más cuidado con sus elecciones: de seguro a él no le agradaría ver a alguien faenando y cocinando un murciélago.