La sangre chorreaba de la boca de Arturo. El dolor de su boca era
enorme, y le impedía saber si el fluido que goteaba de sus labios y su lengua
era propio, producto de los violentos golpes que había recibido hasta ese
momento, o de su rival, a quien había mordido con inusitada rabia un par de
minutos atrás, llegando a arrancarle piel y músculos del cuello, y cortando una
de sus arterias carótidas, acabando con su vida casi en el acto; de hecho
Arturo ni siquiera tenía la certeza que el dolor en su boca no hubiera sido
causado por la tensión en los músculos de su mandíbula, para poder defenderse
del desgraciado que al parecer pretendía despedazarlo a golpes.
Arturo era un renombrado chef, conocido por sus libros y sus programas
de televisión, en donde hacía gala de su histrionismo para enseñar a cocinar
platos extraños de sabores novedosos y de buen precio. En más de una
oportunidad se había metido en conflictos con grupos de defensores de animales,
por su costumbre de experimentar con algunos platos exóticos que incluían en su
preparación animales considerados como mascotas, pero siempre se las arreglaba
para salir bien parado de las situaciones en que se veía envuelto.
Arturo tenía preparada una sorpresa para la grabación de esa tarde. En
uno de sus viajes a Oriente un cocinero de pueblo le enseñó a cocinar carne de
perro, y a cómo criar y alimentar dichos animales para que pudieran servir como
plato y no como mascotas. Su equipo no estaba muy de acuerdo con la idea, en
especial uno de los productores que vio la debacle que ello podría causar en el
rating del programa, provocando fuga de auspiciadores y problemas económicos
insalvables, pero de todos modos fue capaz de convencer al resto del equipo de
lo novedoso de su idea.
Arturo tenía todo listo. Esa tarde había traído al pequeño perro
faenado y trozado para no causar el natural asco en los televidentes y en los
miembros del equipo de grabación, y se había preocupado de llegar una hora
antes para que nadie viera los pasos intermedios de las diversas fases de la
preparación del plato. Justo cuando estaba empezando a ordenar todo para
dejarlo agradable a la vista y cómodo para los diversos tiros de cámara,
recibió un brutal golpe en su espalda que lo derribó, luego de lo cual vio
sobre él al productor disidente golpeándolo con claras intenciones de matarlo,
por la inusitada agresividad de su ataque.
La sangre chorreaba de la boca de Arturo. El productor yacía muerto en
el piso, desangrado, y Arturo se reponía con dificultad de la salvaje golpiza
recibida, y de ver cómo el maldito hombre lobo recuperaba su forma humana una
vez muerto. Lo mejor era clavar rápido sus colmillos del otro lado del cuerpo
para libar la poca sangre que le quedaba a su enemigo mortal, para tener las
fuerzas suficientes para deshacerse del cadáver. Definitivamente debería tener
más cuidado con sus elecciones: de seguro a él no le agradaría ver a alguien
faenando y cocinando un murciélago.