Por la carretera avanzaba lentamente una caravana de vehículos de
diversas características, ocupando dos de las tres pistas para dejar el paso
libre a quienes no tienen tiempo de viajar y disfrutar el viaje, pues el
destino para ellos es más importante que el trayecto. Las decenas de vehículos
avanzaban en un bloque compacto, sin más luces que las de los móviles de los
extremos, haciendo imposible ver desde fuera cuántos vehículos en realidad
conformaban el enorme rectángulo motorizado, que rugía a esas horas de la madrugada;
ello disminuía las posibilidades de ser perseguidos o detenidos por la
autoridades o disgregados por ellos, y evitaba generar pánico en los
conductores habituales.
El compacto convoy viajaba a noventa y nueve kilómetros por hora, sin
variaciones. No había aceleraciones ni desaceleraciones, frenadas ni cambio
alguno en el viaje de la caravana. Ni las curvas, ni las pendientes, ni las
cambiantes características de la carretera eran motivo suficiente o necesario
para moverse a distinta velocidad: la monotonía del orden era la constante del
viaje.
Luego de una curva
en el camino, los primeros vehículos de la caravana se encontraron con una
imagen conocida: cerca de cinco kilómetros más adelante había luces de
ambulancias, bomberos y patrullas policiales, signo inequívoco de un accidente
carretero. Por la gran cantidad de personal de emergencias y el alto número de
ambulancias presentes en el lugar, quienes encabezaban la caravana sospecharon
de inmediato que se trataba del choque de uno o dos buses. De inmediato los
vehículos de la caravana se pusieron en alerta: sin bajar la velocidad, se
apagaron las luces de los móviles que encabezaban y terminaban el convoy.
Cuando quedaban cerca de dos kilómetros, los vehículos del final del grupo se
reacomodaron, dejando el espacio suficiente para dos buses; al quedar un
kilómetro para llegar al accidente, los vehículos se desvanecieron, para
reaparecer cien metros más adelante llevando en el espacio creado previamente
los restos de los muertos en el accidente, en dos buses creados por las mentes
de los muertos y mantenidos por su energía liberada al instante de morir.