La pequeña niña avanzaba con miedo en medio de la
ciudad en ruinas. Abrazada a la vieja muñeca de trapo que le regalara su padre
al cumplir tres años, y que se había convertido desde ese entonces en su
compañera inseparable hasta ese momento, en que se empinaba apenas sobre el
lustro de vida, la diminuta figura de la pequeña parecía un oasis de inocencia
en medio del espantoso entorno de crimen, muerte, decadencia y soledad. Así, la pareja niña y muñeca era un algo
equivocado para esa realidad.
La niña había perdido hacía ya varios días a sus
padres, en el principio de todo ese fin de la sociedad humana moderna; ahora la
humanidad estaba dividida entre quienes avanzaban en hordas descontroladas
tratando de matar y destruir todo lo que estaba a su alcance, y quienes huían
despavoridos para no ser alcanzados, y terminar convertidos en las víctimas
naturales de los primeros. La niña recordaba que la nana de la casa la lanzó
por la ventana, al parecer para que no viera morir a sus padres, sacrificándose
para darle la oportunidad a la pequeña de tener un mañana. Luego de cerca de
una semana deambulando, la niña y su muñeca intentaban encontrar el camino a
casa.
La niña miraba todo a su alrededor, tratando de
recordar la fachada de su casa, que cada vez se convertía más en un sueño que
en un pasado cercano: ahora todas las rejas, todas las murallas y todos los
árboles parecían iguales ante sus inocentes ojos. La pequeña se ilusionaba cada
vez que veía algún parque que estuviera medianamente indemne, pues sabía que su
casa quedaba cerca de uno de esos parques; lamentablemente ninguno era el suyo,
y cada vez que se internaba en el césped terminaba encontrando algún cadáver
desangrado, incompleto, o en vías de putrefacción. Lo peor de todo era que le
estaba empezando a dar hambre, predicamento por el que no pasaba su muñeca.
La pequeña avanzaba con miedo en medio de la
ciudad en ruinas. Sus fuerzas empezaban a menguar, así que ahora su muñeca ya
no iba en sus brazos, sino tras ella colgando de una mano; sin saberlo, la niña
ayudaba a perpetuar la debacle generada por la liberación del virus que
infectaba el cerebro de las personas y las convertía en bestias antropófagas, y
que su padre había impregnado en su muñeca de trapo, en venganza por las
infidelidades recurrentes de su esposa. Luego de aspirarlo, la pequeña mató y
comió algunas partes de su madre, y fue lanzada a través del ventanal por la
nana quien trataba de salvar su vida, para luego ser devorada por el padre de
la niña. Ahora la pequeña intentaba volver al hogar para comer los restos que
había dejado, y no tener que volver a matar para seguir viviendo.