—¿En
qué estás pensando, viejo?
—En
nada, gracias a dios.
—¿Qué
es eso de dios, viejo?
—Ni
idea, mi abuela terminaba casi todas las frases con eso de “gracias a dios”.
Debe ser un dicho campesino, supongo.
—La
gente campesina es rara, viejo.
—Sí,
tienen costumbres raras, y un genio del diablo.
—¿Y
eso, qué es diablo, viejo?
—Es
una palabra que usaba mi abuelo, y que molestaba mucho a mi abuela. Cada vez
que la nona terminaba una frase con “dios”, el tata agregaba una frase
terminada en “diablo”, y eso enojaba a mi abuela, que después de retarlo hacía
unas cosas con la mano derecha sobre la cara y el pecho.
—Es
muy rara la gente del campo, viejo.
—Sí,
muy raros. Oye, ¿hace cuánto que no vamos al campo a todo esto?
—Años
ya, viejo. ¿Te gustaría ir a dar una vuelta uno de estos días?
—Sería
entretenido, hace mucho que no siento la gravedad natural del campo.
—Cierto,
la sensación es distinta. Oye, ¿y los campesinos le seguirán diciendo Tierra al
planeta Campo?