El auditorio estaba llenándose cada vez más y más, en espera de la
llegada de los profesores a cargo de la mesa redonda. Si bien es cierto la
actividad era completamente optativa y casi extra curricular, el nivel de los
docentes era tal, que perderse una mesa redonda en que los cinco hombres
compartieran y debatieran sus ponencias, ideas, descubrimientos y sarcasmos,
era un despropósito para cualquiera que usara la vocación como argumento para
justificar sus estudios. Cuando faltaban cinco minutos para el inicio de la
mesa el auditorio estaba lleno, y el barullo en él era tal que hacía imposible
concentrarse en alguna idea en particular. Justo en ese momento los cinco
docentes, sin parafernalia ni presentación alguna entraron al anfiteatro,
logrando por presencia que las voces empezaran a acallarse.
En cuanto llegó la hora de inicio de la mesa redonda, los cinco
profesores tomaron cada uno una silla, y se sentaron en ellas, dejando de lado
las mesas, y quedando en silencio frente a los asistentes, quienes no lograban
comprender lo que estaba sucediendo: frente a todos, las cinco mentes más
brillantes de la universidad en su especialidad, se sentaron en silencio en un
círculo sin hacer ni decir nada.
Pasados cinco minutos, algunos de los asistentes empezaron a salir de
la sala, unos en silencio, la mayoría murmurando, unos pocos hablando en voz
alta en contra de la poca seriedad de los docentes. Un par de minutos más tarde
empezó el murmullo, que a los pocos minutos estaba nuevamente convertido en un
barullo ensordecedor.
Un rato después, una de las pocas asistentes que quedaban en la sala
se puso de pie y se acercó al escenario. Desde las alturas del anfiteatro había
notado que las cinco sillas no estaban dispuestas en un círculo, pues al
unirlas con cinco líneas rectas conformaban un pentágono perfecto. La joven se
acercó al grupo de profesores, y empezó a ver los detalles que a la distancia
nadie notaba: efectivamente los puntos estaban unidos por líneas rectas
pintadas en el suelo con algún pigmento de un color muy camuflable con el de
las tablas que conformaban el suelo, además de haber un par de líneas desde
cada punto que se unía con todos los otros. Cuando la muchacha descubrió la
imagen, ya era demasiado tarde.
Uno de los
profesores extendió su brazo, tomó con fuerza de la muñeca a la muchacha, y la
lanzó dentro de la estrella de cinco puntas formado por las líneas por dentro
del pentágono; en el instante la muchacha empezó a arder, transformándose su
cuerpo en cenizas en menos de veinte segundos. Los pocos asistentes que aún
estaban en el lugar salieron corriendo del auditorio, sin alcanzar a ver cómo
los cinco profesores untaban sus dedos en las cenizas del cuerpo, para luego
dibujar con dichas cenizas una estrella de cinco puntas invertida en sus
frentes, y desaparecer en el aire: no había mejor catalizador para el viaje al
reino de Hades que las cenizas de la curiosidad.