La tarde se está poniendo cada vez más fría, y eso que estamos en
pleno verano. El dolor en la pierna no me deja tranquilo, y este frío maldito,
más que los huesos, parece estar calándome el alma.
No me gusta venir al banco en persona, no considero que a estas
alturas de la vida, y con toda la modernidad que existe, aún haya trámites que
no se puedan hacer por internet; si mi banco usara la firma electrónica, no
tendría que venir a firmar y a poner mi huella digital para que crean que yo
soy yo. Además, tener que pedir permiso para hacer un trámite descalabra todos
mis horarios, y me obliga a dejar el auto en casa y caminar, pues el banco está
a seis cuadras de mi departamento, y no tiene estacionamientos suficientes.
Es raro, no recordaba cómo se sentía caminar por mi barrio a estas
horas de la mañana. Los olores son distintos, la gente no es la misma, la
velocidad con que todo pasa parece diferente. Todo se siente más húmedo gracias
al riego del parque, el aire no está tan contaminado, no pasa tanto vehículo,
el ruido no es tan ensordecedor como más temprano, o más tarde: parece que
escogí la mejor hora para ir al peor lugar del sistema privado. Espero que el
banco no esté tan lleno.
Maldición, cómo odio los malditos bancos: ¿cómo es posible que a esta
hora el banco esté repleto? Y yo que suponía que tendría tiempo de pasear, o
hasta de tomarme un café en alguna cafetería de barrio; creo que perderé toda
mi mañana en esta estupidez de hacer fila para firmar un papel. Más encima
delante de mí hay un hombre con un hedor insoportable, que parece no haberse
bañado hace días, o tal vez semanas.
No puedo creerlo, llevo casi cinco horas, y la fila no avanza; parece
que todos vinieron a rescatar los ahorros de sus vidas, pero en monedas. La
pobre cajera se ve estresada a más no poder, los clientes vociferan como
bestias, y el hombre del hedor parece estar más podrido que antes: si no fuera
que no me gustan los problemas, ya le habría dicho un par de cosas respecto del
aseo personal. De pronto el milagro ocurre, y el hombre del hedor logra llegar
a la caja, en cuanto él salga podré hacer mi trámite e irme a disfrutar de lo
que queda de mi día libre. Al tipo parece no haberle ido muy bien, pues apenas
algunos segundos después de empezar a hablar con la cajera, se da vuelta y sale
corriendo, no sin antes casi botarme de un empellón, que me dejó bastante
adolorida la pierna.
La tarde se está poniendo cada vez más fría, y eso que estamos en
pleno verano. El dolor en la pierna parece empeorar con la caminata, pero
quiero aprovechar la tarde. La gente me mira asustada, como si estuviera viendo
un fantasma. Parece que estoy cojeando demasiado, porque todos parecen estar
mirando mi pierna. Es raro, las personas empiezan a verse borrosas, como
fantasmas, y cada vez me faltan más las fuerzas. De pronto tropiezo y caigo, y
toda la gente se acerca presurosa a ayudarme, pero en vez de intentar pararme,
impiden que me incorpore. Ahora la gente se ve cada vez más y más borrosa, y
todo el entorno parece empezar a oscurecer. Antes que la noche invada mis ojos,
alcanzo a ver en mi ingle una enorme mancha de sangre que moja todo mi
pantalón, justo donde el tipo del banco me empujó. La noche me invade a media
tarde, y la pierna dejó de doler…