De
fondo se escucha una obra coral. Siempre me han gustado las obras corales con
sonido de iglesia, en especial cuando las interpretan en alguna iglesia; ese
eco especial de las iglesias le da un carácter casi tenebroso a la pieza
elegida por el director, tal como si la estuviera interpretando en un mausoleo.
Debe ser la piedra lo que le da la magia al eco, y la madera de los
instrumentos de cuerda, que no necesitan amplificadores ni efectos para sonar
donde sea; aunque no hay sonido más estremecedor que el de un noble instrumento
de cuerdas ardiendo en llamas. Y si arde dentro de una iglesia, o de un
mausoleo, el eco del sonido de la madera quemándose es simplemente sublime.
Las
iglesias son mejores que los mausoleos, pues en los mausoleos no hay lámparas
llenas de aceite de quemar, para impregnar violines, violas, violoncelos y
contrabajos, y dar vida a la pira de los instrumentos musicales. Quemar un oboe
o un fagot no es divertido, el plus está en las cuerdas: ellas mantienen tensa
la madera, y al cortarse con el fuego crujen como la columna del demonio luego
de hacer yoga, y hacen crujir más aún a la madera liberada de la tensión que
parecía estrangularla. Me gustan las iglesias más viejas, porque su aceite de
quemar es más antiguo y por alguna razón que desconozco, se calienta más y dura
más tiempo ardiendo. Perdimos al parecer el conocimiento del fuego de nuestros
ancestros, pero al menos nos dejaron algo de aceite de buena calidad.
¿Se
han fijado en el color oscuro de la madera de los bancos de iglesia? Ese color
se debe en gran medida al barniz. Ese barniz, aparte de oscurecer la madera,
ayuda a sellarla, a dificultar el paso del oxígeno y la humedad, que convierten
con los años a la madera en el sustrato ideal para que crezcan los hongos, y
termine pudriéndose indefectiblemente. Esa cubierta, ese sello, dificulta el
paso del aceite de quemar pero no lo inhibe, haciendo que los bancos sean lo
último en quemarse, lo que alarga la sublime pira sagrada, permaneciendo
encendida mucho rato después que las vigas estructurales se hayan quemado; una
vez que las vigas han caído y debilitado la estructura de piedra, es el lento
calor de los bancos el que termina por resquebrajar la argamasa, haciendo que
la iglesia colapse, terminando por aplastar las cenizas de los nobles
instrumentos musicales.
Debo
hacer ahora una reivindicación de la tecnología: si bien es cierto la música en
vivo es invaluable, es necesario de un u otro modo guardar registro de lo
escuchado. La tecnología de hoy permite conectar poderosos micrófonos
unidireccionales con condensador a mezcladores de sonido análogos con salida a
puerto USB, lo que facilita usar un computador portátil como pista de
grabación, para guardar el sonido en vivo en formato de alta fidelidad y
estéreo, permitiendo inclusive luego aplicar filtros y efectos a la grabación
para hacerla más parecida a la realidad.
Todo está listo por
fin. Ocho micrófonos rodean la iglesia, grabando mientras las llamas empiezan a
destruir los instrumentos musicales. De fondo se escucha una obra coral: sí, es
una obra coral, no lo que la inexperta gente que me rodea dice que es, pues
ellos no tienen mi oído musical. Es una obra coral, y no los gritos
destemplados de los músicos ardiendo en llamas junto con sus instrumentos,
intentando salir de la iglesia en llamas y con todas sus puertas
convenientemente cerradas con candado.