Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, abril 02, 2014

Esa mañana

Esa mañana los cadáveres volaban desde la azotea del edificio, dejando una roja estela, primero en el aire y luego en las paredes de la torre, producto del profundo corte en el cuello que había acabado con cada una de sus vidas. Treinta pisos más abajo, los cuerpos literalmente estallaban al impactar con violencia contra el pavimento, sin dejar muchas posibilidades para poder reconocer a los muertos a primera vista. Las filas interminables de personas que entraban lentamente al edificio intentaban no mirar cómo quedaban los cuerpos al aterrizar, para no comprometer sus destinos con el miedo natural que la muerte despierta. Cada uno llevaba su propio cuchillo, y con paciencia esperaban su turno para subir los treinta pisos de escaleras para poder llegar a la azotea y seguir el mismo camino de quienes los salpicaban de sangre en su caída, y de restos humanos en su horrendo aterrizaje. 

Esa mañana la gente se levantó como cualquier mañana, a hacer lo que la gente hace cualquier mañana, sin más planes que hacer lo mismo que hicieron el día anterior, y lo mismo que deberían hacer el día posterior. Cada cual salió de su hogar a la misma hora de salida, luego de despedirse de sus parejas, hijos, padres o mascotas, para iniciar el ciclo que los había llevado a esa realidad, a ese concepto extraño de sociedad en que hay que hacer porque hay que hacer, hay que nacer, crecer, producir, reproducirse, envejecer y morir porque la vida está hecha así y para eso. Hay que seguir el ciclo, ser un eslabón más de la cadena, existir porque existe la existencia, nacer porque fue parido, crecer porque al ser alimentado se crece, producir porque ello mantiene el sistema para los que siguen naciendo, reproducirse porque hay que meter nuevos seres a la cadena, envejecer porque el proceso sigue ese curso y porque hay que darle el cupo de producción a quienes siguen naciendo, y morir porque… porque todo lo que tiene un comienzo tiene un fin.

Esa mañana una idea entró en la mente de toda la gente adulta. Esa mañana la gente pudo, por algún extraño y oculto portento de la naturaleza, volver a pensar. Esa mañana se dieron cuenta del sin sentido en que estaban metidos, del maldito status quo en que habían embarcado a la realidad, del ciclo del que ya no podrían salir, y en el que estaban listos a meter a las siguientes generaciones. Y de pronto, tal como vino la conciencia de problema, apareció en sus mentes la conciencia de solución. Y la solución no podía ser otra, no debían quedar rastros del pasado, ni nada que fuera capaz de infectar el futuro.

Esa mañana los cadáveres volaban desde la azotea del edificio, dejando una roja estela, primero en el aire y luego en las paredes de la torre, producto del profundo corte en el cuello que había acabado con cada una de sus vidas. La noche anterior, todos se habían preocupado de sedar a sus hijos, de modo tal que no despertaran sino hasta que la solución del problema se hubiera consumado. Cuando las nuevas generaciones despertaran se encontrarían con grandes y nuevos problemas, para los cuales deberían encontrar sus propias soluciones.