Avanzando con la espalda pegada al muro, el joven soldado esperaba no
ser sorprendido por el enemigo. Luego de días escabulléndose por los rincones
de la ciudad, sus rivales parecían estar cada vez más cerca, lo cual ponía en
serio riesgo su misión, y su vida. Era en esos momentos en que debía echar mano
a todos sus conocimientos de guerrilla, para tratar de pasar desapercibido y
lograr dar el golpe que le diera la ventaja a su ejército en esa escaramuza.
El joven soldado había decidido su futuro durante el servicio militar.
Durante su infancia y juventud había sido un desadaptado, que parecía no
encontrar su lugar en la sociedad. Hijo de padres dedicados a la venta de
artículos de corte esotérico, y que promocionaban las virtudes de la magia y la
brujería, nunca recibió la disciplina que necesitaba para darle un cierto orden
a sus deseos e ideas, por lo cual se convirtió en un niño problema y luego en
un adolescente conflictivo. Sus padres, sin tiempo ni ganas de dedicarle tiempo
a la crianza de su hijo, lo dejaron cometer todos los errores que pudo, y al
cumplir la mayoría de edad y no tener nada que hacer, fue reclutado. Luego de
un mes de recibir todos los castigos existentes y las reprimendas posibles,
aprendió lo que significaba obedecer órdenes y que otras personas decidieran
por él; finalizada su instrucción obligatoria, y luego de convertirse en el
ejemplo a seguir por el resto de los reclutas, postuló y de inmediato fue
aceptado para iniciar su carrera de soldado profesional. Los más felices con
esa decisión eran sus padres, pues podrían seguir con sus ventas, promociones y
estudios, con una boca menos que alimentar y sin los problemas que traía un
joven problemático, desempleado y sin creencias; sin embargo, el joven también
había encontrado algo que podía llamar familia, lejos de quienes lo engendraron
y alimentaron durante su infancia y juventud. De todos modos, y por sugerencia
de sus superiores, no debía perder el contacto con sus progenitores para no
violar la consigna de “Dios, Patria y Familia” que gobernaba al ejército como
mantra y estandarte.
La lucha contra el tráfico de personas se había convertido en un tema
primordial para el país, de modo tal que no hubo que esperar demasiado tiempo
para que los poderes del estado facultaran al ejército para intervenir en la
situación. Así, mientras los policías se encargaban de perseguir a
secuestradores y falsificadores encargados de facilitar la salida del país de
la gente raptada, el ejército debía infiltrar las redes que mantenían secuestradas
a las personas antes de sacarlas fuera del territorio. Así, la compañía en que
se desempeñaba el joven soldado estaba a cargo de acabar con los jefes del
terreno donde mantenían por la fuerza a la gente. Dado su valor y su capacidad
de obedecer órdenes casi sin pensar, el muchacho había sido enviado casi como
punta de lanza del asalto, para que en cuanto empezara el ataque, él y otros
cuantos soldados pudieran atacar desde dentro.
Avanzando con la espalda pegada al muro, el joven soldado esperaba no
ser sorprendido por el enemigo. En esos momentos el silencio era su mejor
aliado, pues se encontraba en la misma habitación en que estaban los cabecillas
de la operación; en cualquier momento la tropa regular atacaría, y su misión
sería acabar con esos desgraciados. En cuanto se escucharon las primeras
explosiones los secuestradores intentaron hacerse de sus armas y salir del
lugar: justo en ese instante el soldado salió de dentro de la muralla y
acribilló a todos, sin que alcanzaran a darse cuenta de lo que les había
sucedido. Sus superiores nuevamente habían tenido la razón, gracias a mantener
el contacto con sus padres y fortalecido el vínculo, había conseguido una
pócima que le permitía entrar al espesor de las murallas, lo que lo hacía
totalmente inubicable.