El cazador avanzaba silencioso por la calle vacía. Pese a no ser su
hábitat favorito, no tenía más opciones: el mundo ya no era lo que solía ser, y
ahora había que eliminar las presas de la ciudad antes que terminaran de
aplastar los escasos remanentes de civilización que quedaban en la superficie
del planeta. La plaga era enorme, y debía ser controlada a cualquier precio.
El cazador era un viejo experto en el arte casi olvidado de la
cacería. Matar la presa era apenas el paso final de un largo proceso de
preparación, búsqueda, seguimiento, camuflaje, cercamiento, para sólo al
terminar eliminar la presa con el menor sufrimiento posible, para luego
exhibirla, y en el mejor de los casos, usarla o consumirla.
El cazador estaba acostumbrado a cazar en medio de la naturaleza,
alejado de la modernidad y de los centros urbanos. Era esa sensación de estar
en un sitio sin comodidades ni recursos lo que lo movía a levantarse temprano
en sus días de descanso, y desplazarse largas distancias, para encontrar la
desconexión necesaria para dar rienda suelta a sus conocimientos y sus
instintos, y así encontrarse en condiciones de seguir siendo un individuo
productivo para la sociedad. Eso, hasta que un año atrás, se desató la plaga.
El cazador se movía sigiloso, pegado a la pared de un edificio. Su
vestimenta era de un color similar al de las uniformes fachadas de esa calle,
lo que sumado a la hora, facilitaba su camuflaje y le permitía moverse con
menor riesgo para su vida e integridad física. De pronto escuchó lo que
claramente era ruido de plaga; con cuidado se lanzó al piso, y empezó a
acercarse en silencio y arrastrándose, hasta llegar a una distancia tal que le
permitiera eliminar a las presas sin que alcanzaran a reaccionar y a contra
atacar. Luego de asegurarse que la carga del arma era suficiente para todas las
alimañas que estaban a no más de diez metros de distancia, eligió su primer
objetivo, fijó la mira, y abrió fuego.
El cazador se acercó con cuidado a sus presas. Luego de cerciorarse
que todas estaban muertas, pudo por fin respirar con más tranquilidad y empezar
a ordenarlas para fotografiarlas, y lucirse con sus colegas de afición. Con la
plaga era imposible hacer más, no eran comestibles, y por su parecido con
ellos, generaba cierto rechazo en la población de Nibulon andar luciendo pieles
o cabezas de la plaga de humanos que intentaba conquistar su planeta.