Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

lunes, julio 17, 2017

Celular

El viejo hombre sentado en un banco de la plaza miraba de tanto en tanto la pantalla de su teléfono móvil. Llevaba cerca de media hora sentado en el lugar, aparentemente esperando a alguien. Cada cierto tiempo sacaba el celular desde la funda del cinturón, lo activaba, miraba la pantalla y volvía a colocarlo en su lugar. Su mirada parecía de ansiedad cada vez que decidía sacar el aparato, y de desilusión al guardarlo; al parecer esperaba un mensaje hacía rato que no llegaba a su teléfono como él esperaba, y ello lo sumía en una suerte de desesperación de la que no parecía saber cómo dejar atrás.

Dos horas habían transcurrido ya desde la llegada del viejo hombre al banco de la plaza. La noche ya había caído y el frío empezaba a hacerse sentir fuertemente en el lugar, sin que ello pareciera modificar el actuar del hombre, quien seguía mirando a la nada y de cuando en cuando sacaba el celular para mirar su pantalla y luego devolverlo a su funda, decepcionado. El grueso de la gente ya se había ido del lugar, quedando solamente algunos jóvenes bebiendo alcohol y drogándose, y el viejo hombre que parecía no estar conectado con la realidad que lo rodeaba en esos momentos; sin embargo, algo en su presencia hacía que nadie se acercara a él.

Cinco horas. El hombre tiritaba de pies a cabeza pero seguía en el banco de la plaza revisando cada cierto tiempo su celular, para luego seguir  mirando a la nada. Los últimos jóvenes se habían ido del lugar, dejándolo solo en su asiento y manteniendo su rutina. Los aseadores ya habían empezado las labores de limpieza sin que ello pareciera importarle al viejo hombre, quien no detenía su rutina de ver el celular una tras otra y tras otra vez, en espera de un mensaje que aparentemente ya no llegaría. De pronto uno de los aseadores notó algo extraño en el hombre, y llamó a seguridad ciudadana.

Seis horas. El hombre seguía en su rutina. Los aseadores seguían con su trabajo. De pronto un vehículo de seguridad ciudadana se estaciona en la plaza, y dos inspectores se bajan de él y se dirigen al aseador, quien les indica al hombre del banco. Los inspectores se dirigen donde él, lo saludan pero no reciben respuesta. El hombre de pronto lleva la mano al cinturón y saca su celular, para empezar de inmediato a mover la pantalla. Uno de los guardias se extrañó al ver que el aparato no se iluminaba, se paró detrás del banco, y vio sorprendido que el aparato estaba apagado. Justo cuando iba a tocar el hombro del viejo hombre para llamar su atención, éste giró su cabeza hacia él, musitó la palabra “gracias”, y empezó a desmaterializarse a vista y paciencia de todos quienes estaban en el lugar a esa hora.