Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, noviembre 15, 2017

Dia

El viejo hombre caminaba de día por la calle, mirando todo a su alrededor. Hacía meses que por motivos de trabajo no veía la luz del día, pues trabajaba en un sistema de turnos en que sólo le tocaban los turnos de noche, por lo que luego de meses de ver todo con luz artificial, por fin podía ver la realidad a la luz del incipiente sol que se asomaba a esa hora de la mañana. La casi ausencia de sombras era lo que más llamaba su atención, pues en la noche y por el alumbrado público, todos los objetos y personas se veían sombríos desde algún punto de vista, cosa que ahora no pasaba por más que se esforzara en encontrar dicha visión.

A medida que avanzaba la mañana y el sol se dejaba ver en todo su esplendor, el paisaje se veía cada vez más claro e irreal a sus ojos. Los colores se amontonaban por lucirse frente a él, dejándolo cada vez más anonadado. El sol le dejaba ver el brillo de las cabelleras, lo sonrojado de las mejillas, la trasparencia de los ojos; tal era su sorpresa que era capaz de sentir que podía ver el alma de quienes se cruzaban con él en la calle, y lo miraban extrañados al ver su expresión de asombro al deambular por doquier. Su mañana no podía ser mejor.

El viejo hombre seguía caminando y sorprendiéndose de la realidad del mundo de día. De pronto pasó en una plaza por un gran árbol con una enorme raíz, el que estaba rodeado por una base de cemento para protegerlo y contener el agua del riego. Sentada en esa base había una mujer joven de rostro inexpresivo que miraba fijamente al piso, y que a diferencia del resto de la gente, se veía opaca y con colores apagados. Su pelo se veía opaco, su piel pálida y sin color, sus ojos oscuros y profundos, su rostro inexpresivo y su ropa, pese a ser clara, no parecía reflejar la luz del sol. El viejo hombre la miraba sorprendido, y más lo sorprendía el hecho que parecía no existir para el resto de los transeúntes que no reparaban en ella de modo alguno, como si la joven mujer no estuviera allí.

El viejo hombre se sentó al lado de la opaca mujer, y le habló sin pensar. La mujer no despegó la vista del piso ni le dirigió la palabra. En ese instante un viejo vagabundo ebrio y que llevaba consigo un desvencijado carro de supermercado se acercó a él, y con su confusa voz y evidente aliento etílico le dijo que estaba sentado hablándole a un fantasma. En ese momento el viejo hombre miró a su lado y vio que efectivamente nadie estaba sentado a su lado. Mientras tanto el vagabundo le contaba que él también veía el fantasma de una joven mujer en el lugar, que la chica había sido asesinada y enterrada en el lugar, y que sobre sus restos se había plantado el árbol. El viejo hombre se puso de pie y se dispuso a seguir su marcha, sin tomar en cuenta las palabras del vagabundo. Justo cuando dio la vuelta para mirar de nuevo al árbol vio en el lugar a la joven mujer, quien ahora lo miraba a los ojos. El viejo hombre se acercó a ella, la miró, y musitó con los labios pegados la palabra “perdón”, mientras recordaba lo que cincuenta años atrás le había hecho a la olvidada joven.