El viejo hombre miraba por la ventana de
su terraza. Esa mañana se había levantado más tarde que de costumbre, se había
bañado con toda calma, y ahora estaba sentado en el comedor tomando desayuno
con el televisor prendido pero sin tomar en cuenta lo que estaban dando, pues
estaba ocupado mirando por la ventana de su terraza. Su mirada se perdía a la
distancia cada vez que intentaba enfocar algún lugar específico del paisaje,
por lo que sólo se dedicaba a mirar el perfecto conjunto que la naturaleza le
permitía ver a través de los vidrios de la ventana de su terraza.
El viejo hombre bebía café,
despreocupado. A través de la trasparente puerta de vidrio que separaba el
comedor de la terraza, tenía una vista privilegiada. El paisaje que se abría
ante su vista era simplemente maravilloso, y nada podía pagar lo espectacular
que se veía todo a través de la ventana de su terraza. Ésta daba hacia una zona
sin edificios altos, por lo que podía ver la cordillera al fondo de una amplia
red de calles y casas que se distribuían hasta donde la vista era capaz de ver
y donde comenzaba la montaña. De hecho la naturaleza le regalaba de tanto en
tanto el vuelo de alguna ave que pasaba frente a su ventana, recodándole las
maravillas de la creación ante sus ojos.
El viejo hombre comía un sándwich en
silencio, mientras su vista se perdía en el maravilloso paisaje que se veía a
través de la ventana de su terraza. El televisor seguía sonando, mostrando
imágenes de una cocina donde tres personas enseñaban a hacer algún plato, lo
que tenía completamente sin cuidado al viejo hombre, que no dejaba pasar algún
segundo sin mirar por la ventana de su terraza. Era tal su concentración que
inclusive era capaz de ver a lo lejos las características físicas de quienes
caminaban por la calle a esa hora.
El viejo hombre
estaba ya por terminar su desayuno. De pronto su ventana pareció oscurecerse,
haciéndolo perder de vista todo el maravilloso paisaje que estaba contemplando.
En ese instante el viejo hombre volvió a su realidad: vivía encerrado en un
bunker a doscientos metros de profundidad luego de la debacle nuclear que asoló
al planeta quince años atrás. La terraza era parte de su cubículo, y la ventana
no era más que una pantalla que cada día proyectaba lo que él quisiera. El viejo
hombre se cansó de esperar a que la pantalla volviera a proyectar el paisaje,
se puso de pie y se dispuso a ir a las faenas de construcción de cubículos para
quienes aún no tenían un lugar propio donde vivir. Tal vez al día siguiente
despertaría rodeado por un bosque con animales salvajes, en una playa
paradisíaca, o viajando por el espacio infinito.