El viejo hombre manejaba a las siete de
la mañana en la oscuridad de la ciudad. Aún su vista no estaba acostumbrada al
reciente cambio de horario, por lo que pese a manejar con luces debía hacerlo
con cuidado para no encontrarse con alguna sorpresa en su camino. Todos los
días salía de su hogar antes de las siete de la mañana para llegar a una hora
prudente al trabajo, que le permitiera asegurar un buen puesto en el
estacionamiento, y no tener que depender de otros conductores a la hora de
salida, a la tarde.
El viejo hombre manejaba a una velocidad
prudente esa mañana. De pronto ve aparecer una sombra por el bandejón central
de la calle que cruza intempestivamente, obligándolo a frenar bruscamente, no
sin antes tocar latamente su bocina y decir uno o dos improperios al interior
de su vehículo con las ventanas cerradas. Luego de percatarse que no vinieran
más vehículos tras el suyo, reinició la marcha con algo más de precaución:
odiaba la mala costumbre de la gente de a pie en la ciudad de vestir ropa oscura
y opaca, lo que los hacía casi invisibles para quienes manejaban a esa o a
cualquier hora.
El hombre seguía conduciendo. Su vista a
ratos parecía engañarlo producto del cansancio, haciéndolo ver sombras donde no
había nada ni nadie. Por ello el viejo hombre había decidido manejar por la
pista derecha, y así dejar pasar al resto de los conductores que andaban más
rápido y que a esa hora tenían sus reflejos más activos que los suyos. Justo al
llegar a una esquina una sombra más alta que lo habitual decide cruzar frente a
él obligándolo nuevamente a frenar: era un ciclista que andaba sin luces ni
reflectantes, y que había decidido pasar en esa esquina a esa hora y con luz
roja para seguir su camino con rumbo desconocido. El viejo hombre estaba
desconcertado, y ya no sabía cómo seguir manejando en esas condiciones.
El viejo hombre seguía manejando rumbo a
su trabajo a las siete y media de la mañana. De improviso y de la nada una
nueva sombra aparece frente a él, haciéndolo nuevamente frenar bruscamente; en
esa ocasión el vehículo se detuvo, y cuando intentó hacerlo partir, no
respondió. El viejo hombre se desesperó al ver la falla mecánica de su
automóvil que lo tenía detenido en ese lugar, y empezó a mirar por el espejo
retrovisor para cerciorarse que nadie viniera tras él; en ese instante se dio
cuenta que su vehículo estaba de cabeza sobre la platabanda, que la sombra que
había visto cruzarse era un árbol que había confundido mientras se había
quedado dormido al volante, y que para ese instante ya estaba muerto, mirando a
todos lados y esperando a saber qué venía de ahora en más para su alma.