El viejo hombre caminaba lo más rápido
que podía para poder soportar el frío. Luego de dos días de temperaturas
normales esa mañana habían vuelto las temperaturas bajas, haciendo mella en la
piel y las articulaciones del viejo hombre, a quien le costaba iniciar la
marcha cada vez que debía detenerse. Los años y el clima no estaban obrando
bien en él, y ahora empezaba a añorar su juventud, cosa que hasta ese instante
nunca había sucedido. Para más remate, y de un momento a otro, una espesa
neblina empezó a bajar y cubrirlo todo, dificultando su visión y enlenteciendo
aún más sus pasos.
El viejo hombre caminaba lento, pues lo
espeso de la neblina no lo dejaba ver más allá de un metro de distancia, por lo
que debía deambular con cuidado para no tropezar en las mal mantenidas calles
ni ser atropellado en los cruces peatonales, pues era tal el nivel de oscuridad
que se corría el riesgo que los automovilistas no alcanzaran a ver las luces de
los semáforos. Era extraño ver tan poco a esa hora de la mañana, en que ya la
luz del sol iluminaba todo; en esa mañana parecía haberse despertado la noche,
cubriendo con su frío y oscuro manto todo el entorno, desconcertando a quienes
debían movilizarse por la ciudad a esa hora.
Cerca del mediodía la situación había
empeorado, la luminosidad era cada vez peor y ya casi nadie podía ver más allá
de un metro de distancia. Los tacos eran infernales, los bocinazos se repetían
por doquier y cada cierto rato el ruido de un choque por alcance interrumpía el
concierto de bocinas. El viejo hombre intentaba avanzar sin saber bien hacia
dónde iba o cuánto le faltaba por llegar. Sus piernas le dolían cada vez más, y
la situación no parecía tener mejora alguna.
Cuatro de la tarde. Todas las luminarias
automáticas estaban encendidas, la sensación de estar viviendo una segunda
noche empezaba a alterar a la fauna urbana, haciendo que las mascotas y las
aves silvestres empezaran a comportarse de modo extraño. Por su parte la gente
se notaba tensa e irritable, y ya se veían peleas a diestra y siniestra,
algunas sin motivo aparente. El viejo hombre trataba de pasar desapercibido en
medio del caos, mientras tanto el día parecía noche y todo se sentía fuera de
lugar.
Seis de la tarde. El
día era definitivamente una nueva noche, la gente deambulaba perdida, y nada
parecía tener un norte claro. El viejo hombre se había parado en una esquina a
mirar qué se venía para el resto del día, sin lograr encontrar una respuesta
que aclarara sus dudas. Desde el límite de la ciudad se veía hacia adentro una
nube que lo cubría todo. Desde el espacio un satélite mostraba una nube que no
dejaba ver nada de la superficie de la ciudad. Desde más allá de la luna los
tripulantes de la nave interestelar se regocijaban del resultado de la prueba,
y se aprestaban a cubrir toda la
superficie de la Tierra con la misma nube para facilitar su conquista y
posterior dominación.