La joven mujer subía las escaleras lenta
y parsimoniosamente. Desde que le avisaron en la mañana cuando llegó a su
trabajo que los ascensores estarían toda esa jornada en mantención, supo que
sería un día largo y agotador, pero que debía trabajarlo igual adaptándose a
las circunstancias. Durante la primera hora corrió de un piso a otro volando a
través de las escaleras; cerca de la segunda hora cayó en cuenta que nadie le
pagaría de más ni le agradecería el esfuerzo, por lo que decidió moverse a
velocidad normal, llegando a cada lugar cuando sus piernas pudieran llevarla
sin cansancio ni riesgo de accidentes.
La joven mujer llegó al piso superior,
entregó el informe que debía y se quedó esperando a que le sacaran las copias
para volver a su piso a seguir trabajando. En cuanto se las tuvieron la mujer
inició su lenta bajada al piso correspondiente, donde apenas llegó le pasaron
una carpeta con la que tenía que volver a subir para fotocopiar. La joven mujer
no alcanzó ni a demostrar su desgano, entregó las copias que llevaba y tomó la
nueva carpeta, con la que empezó a subir a su misma velocidad de toda la
mañana. Su sorpresa fue mayúscula cuando notó que había llegado al piso
inferior y no al superior, lo que la hizo suspirar, dar la media vuelta y
volver a subir.
La joven mujer subió los dos pisos de
escalera que la separaban de su destino. Al salir de la caja de escaleras se
encontró con que había bajado dos pisos, y se encontraba en el primer
subterráneo del edificio. La mujer miró a todos lados tratando de entender qué
pasaba en el lugar, dio la media vuelta, entró a la caja de escaleras y se
dispuso a subir, preocupándose de mirar hacia arriba para estar segura que
estaba subiendo y no nuevamente bajando. Al llegar al piso inferior decidió
parar y mirar dónde estaba. Su mirada fue de perplejidad al ver el
estacionamiento subterráneo.
La mujer volvió a la caja de escaleras.
El estacionamiento subterráneo era el último piso, por lo cual era imposible
seguir bajando. La mujer tomó la baranda, miró hacia arriba y empezó a subir,
ahora con rapidez, hasta llegar al primer subterráneo. Al llegar al lugar asió
la manilla de la puerta de la caja de escaleras, tiró de ella, y se encontró
con un lugar oscuro y vacío, en el que nada ni nadie se veía. La joven mujer
volvió a la caja de escaleras; en ese instante se detuvo a observar, y vio que
sólo había un sentido de las escalinatas, y ese era hacia arriba. La mujer
subió todos los peldaños, y al llegar a lo que ella pensaba que era arriba,
abrió la puerta; el sitio donde llegó era más oscuro que el anterior, y de
fondo se escuchaban quejidos por doquier. Por fin la joven mujer tomó
conciencia de su muerte, y del lugar al que estaba destinada a pasar el resto
de la eternidad.