La joven mujer se daba repetidas vueltas
en su cama sin poder dormir. Esa calurosa noche de primavera la tenía despierta
a las cuatro de la mañana, sin haber pegado pestaña ni un solo momento, pese a
haber seguido su rutina de todas las noches antes de dormir: tener el televisor
y el computador apagados, poner música suave, ejercitar un rato y acostarse a
la misma hora de siempre, luego de beber un vaso de leche tibia. Desde que un
médico le enseñó esos trucos de higiene de sueño para evitar el uso de
pastillas los había puesto en práctica con excelentes resultados, hasta esa
noche en que nada parecía permitirle conciliar el sueño.
Media hora más tarde la joven mujer
seguía mirando el techo en espera que su cerebro se desconectara y diera paso al
necesario descanso para poder llevar a cabo las actividades de la jornada
siguiente. En algún instante la joven mujer creyó estar soñando, pero luego de
pellizcarse y sentir dolor se dio cuenta que no; además de eso, nada había
pasado esa noche, y todo en su dormitorio estaba tal y como siempre. Al parecer
no quedaba más que seguir mirando el techo hasta que el sueño apareciera de la
mano del cansancio, y le permitiera dormir al menos un par de horas.
Una hora más tarde la situación era
desesperante. La joven mujer no podía entender cómo era posible no haber podido
cerrar los ojos y perder el conocimiento en ningún instante de la noche. Por
sus cálculos ya se estaba acercando la hora del amanecer, y hasta ese momento
no había descansado nada. Su día por venir sería terrible, y debía estar
preparada para ello, aunque no sabía de qué modo podría lograr que su cerebro
funcionara normal sin nada de descanso. Finalmente la joven mujer se levantó al
baño a lavarse los dientes y preparar las cosas para tomar una ducha.
Luego de tomar una larga ducha la joven
mujer volvió a su habitación para secarse y vestirse. Extrañamente por la
ventana seguía viéndose todo oscuro afuera, pese a que ya eran cerca de las seis de la mañana; en ese instante la
joven mujer miró el reloj de la pared, fijándose que pese a moverse el
segundero, las horas y los minutos seguían fijos a las cuatro de la mañana. De
inmediato revisó su reloj de pulsera, en el que pasaba exactamente lo mismo. La
mujer empezó a recorrer preocupada el departamento, encontrando en cada reloj
el mismo patrón. La joven mujer simplemente se sentó en el borde de su cama a
secar su pelo, en espera de saber qué pasaría en la que probablemente sería la
noche más larga de su existencia.