El viejo hombre caminaba impasible por
la vereda, camino a ninguna parte. Esa tarde estaba desocupado, y de la nada
decidió salir a caminar, para recorrer el trozo de ciudad que todos los días
pasaba a la carrera en su auto para ir a trabajar. El hombre pensó que sería
entretenido ver a velocidad humana lo que veía a la pasada todos los días, para
definir detalles y aprender un poco más de su entorno.
El viejo hombre había caminado cerca de
tres cuadras desde su hogar, y a cada paso descubría cosas nuevas. Los detalles
de las casas, los jardines, todo parecía un lugar nuevo para el hombre que
caminaba con la mente y los ojos abiertos para descubrir el mundo nuevo del día
a día. De pronto, y al llegar a la cuarta cuadra, se encontró con una plaza que
no reconoció, y que estaba seguro que no estaba en su itinerario; intrigado, se
dio algunos minutos para recorrerla, sin encontrar nada fuera de lo común en
ella. Probablemente, y fruto de su distracción, había pasado cientos de veces
por el lugar, sin haber notado esa presencia. Sin darle más vueltas al asunto,
siguió caminando por el mismo camino de todos los días.
Dos cuadras más allá, la situación había
cambiado por completo. Nada de lo que estaba viendo se parecía en lo más mínimo
al trayecto que hacía en auto todas las mañanas, y estaba seguro de haber
seguido exactamente la misma ruta que seguía día tras día. Las edificaciones,
las áreas verdes, nada le parecía conocido. De hecho ahora estaba parado frente
a una bomba bencinera en un lugar donde sólo había edificios; todo era
irreconocible, y no era capaz de entender el porqué de esa situación. El viejo
hombre en ese instante tomó una decisión: volvería a su hogar a buscar el auto
para recorrer el trayecto como lo hacía todos los días y resolver sus dudas.
El viejo hombre
caminaba apurado por la vereda, camino a casa. A cada paso que daba todo se
hacía irreconocible, de hecho estaba seguro que donde había visto una plaza dos
cuadras antes, ahora había un supermercado. En la medida que el viejo hombre se
acercaba a su hogar, una extraña sensación lo invadía. Las tres cuadras que lo
separaban de su hogar eran un nuevo mundo para él: nada ni nadie le parecían
conocidos, y de hecho estaba seguro de haber escuchado a la gente en la calle
hablando un idioma desconocido para él. Al llegar al lugar donde estaba ubicado
su edificio se encontró con un sitio eriazo, sin señales de que algo hubiera
habido en ese lugar por décadas. De pronto vio que todo a su alrededor estaba
desocupado, y que lentamente seres de formas extrañas que hablaban una suerte
de lengua gutural lo rodeaban con curiosidad. Era imposible que el viejo hombre
comprendiera que había pasado por un portal temporoespacial, y que ahora se
encontraba en una realidad paralela, en el lugar en que estaba su edificio,
pero dos ciclos por segundo más lento.