Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, diciembre 27, 2017

Rostro


El viejo hombre se miraba al espejo luego de salir de la ducha. Con el pelo y la barba mojados no se parecía a él mismo, o al menos a la imagen que él tenía de sí mismo. Esa mañana era la siguiente a una noche de desvelo, en que sus ruidosos pensamientos no lo dejaron dormir, por lo cual decidió entrar a la ducha media hora antes, por lo que le sobraba el tiempo para secarse, peinarse y vestirse; de hecho sólo se había demorado un par de minutos más en ducharse, por lo que tenía media hora de ventaja del tiempo habitual destinado a levantarse.

El viejo hombre miraba con cuidado sus arrugas y canas, descubriendo decenas más que la última vez que había tenido el tiempo de mirarse al espejo. Su rostro se veía cansado, tal vez por la noche de desvelo, tal vez por la vida que estaba llevando, o quizás por los años que llevaba a cuestas; el asunto era que al mirar su rostro sólo se le venía a la cabeza la necesidad de descansar.

El viejo hombre secó con fuerza su cabellera y su barba, y nuevamente se miró al espejo para ordenarse un poco. De pronto se fijó con cuidado en su mentón: estaba seguro de tener un mentón aguzado, motivo por el cual usaba barba. Sin embargo esa mañana al espejo su mentón se veía claramente cuadrado, enanchando notoriamente su rostro. Sin fijarse más en el detalle el viejo hombre tomó una peineta para peinar su barba y cabellera; de inmediato notó que su barba estaba ostensiblemente más corta y su cabellera exageradamente más larga; pero fue en el instante en que pasó la peineta por su bigote en que vio que la forma de su nariz no tenía nada que ver con la suya. La noche anterior se había acostado con una nariz aplastada producto de la práctica de boxeo amateur, y ahora al espejo veía una nariz puntiaguda y casi perfecta.

El viejo hombre estaba estupefacto. Poco a poco se dio cuenta que esa mañana su rostro se veía completamente diferente al suyo, y que casi no era capaz de reconocerse. De pronto concentró su mirada en sus ojos: la noche anterior eran color café claro, y ahora había amanecido con ojos negros profundos. En ese instante el hombre miró su toalla y descubrió que no tenía ninguna de ese color; luego miró su ropa, notando que no recordaba nada de esa tenida. Finalmente miró el baño, desconociendo el lugar. El viejo hombre optó por lo más sano: terminó de secarse, se vistió, y abrió la puerta del baño para empezar a conocer su nueva vida.