El viejo hombre digitaba un documento en
su computador. A media mañana ya sus dedos estaban lo suficientemente calientes
como para tener una velocidad alta para digitar y permitirle avanzar con el
trabajo del día. El texto era un resumen de varios otros documentos que tenía a
su alcance esa mañana, por lo cual cada cierto tiempo hacía pausas para leer
los textos y redactar del mejor modo posible las ideas para entregar un texto
coherente y entendible para todo el mundo. Ese era el trabajo que llevaba años
haciendo, para el cual había estudiado, y el cual ejecutaba de modo correcto, y
a veces hasta destacable.
El viejo hombre tenía la vista algo
cansada, por lo que decidió pararse a buscar un café antes de seguir con el
trabajo. Luego de beberlo volvió a su escritorio, activó la pantalla, abrió el
documento correspondiente y empezó a leer. En ese instante el viejo hombre se
dio cuenta que frente a sus ojos había un texto sin sentido, con letras puestas
como al azar y sin lógica alguna. Inmediatamente empezó a buscar en el editor
de texto a ver si se había desconfigurado el documento; en ese instante se dio
cuenta que las instrucciones también estaban escritas de modo ilógico.
El viejo hombre estaba desconcertado.
Sin saber qué hacer se acercó al compañero más cercano que tenía y le preguntó
si alguien se había acercado a su computador en su ausencia. El tipo lo miró
con extrañeza, abrió la boca y pronunció tres palabras sin sentido alguno para
el viejo hombre. En ese instante el viejo hombre empezó a escuchar con algo más
de atención las conversaciones que se llevaban a cabo a su alrededor: nada de
lo que escuchaba era lógico o comprensible, todo el mundo hablaba en un
lenguaje extraño, que no se parecía a ningún idioma del que el viejo hombre
pudiera reconocer alguna palabra.
El viejo hombre se acercó a la oficina
de su jefe, esperó a que éste hablara por teléfono, y en ese momento le hizo un
gento mostrando su abdomen y poniendo cara de dolor, a lo cual su jefe
respondió con un gesto para que se fuera. El viejo hombre se dirigió a una
librería, entró, buscó la sección de libros para niños y encontró algo parecido
a un silabario. Sin hablar lo pagó y se fue a su casa, para empezar a aprender
el nuevo lenguaje que le había tocado vivir a partir de esa mañana.