Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, enero 03, 2018

Babel

El viejo hombre digitaba un documento en su computador. A media mañana ya sus dedos estaban lo suficientemente calientes como para tener una velocidad alta para digitar y permitirle avanzar con el trabajo del día. El texto era un resumen de varios otros documentos que tenía a su alcance esa mañana, por lo cual cada cierto tiempo hacía pausas para leer los textos y redactar del mejor modo posible las ideas para entregar un texto coherente y entendible para todo el mundo. Ese era el trabajo que llevaba años haciendo, para el cual había estudiado, y el cual ejecutaba de modo correcto, y a veces hasta destacable.

El viejo hombre tenía la vista algo cansada, por lo que decidió pararse a buscar un café antes de seguir con el trabajo. Luego de beberlo volvió a su escritorio, activó la pantalla, abrió el documento correspondiente y empezó a leer. En ese instante el viejo hombre se dio cuenta que frente a sus ojos había un texto sin sentido, con letras puestas como al azar y sin lógica alguna. Inmediatamente empezó a buscar en el editor de texto a ver si se había desconfigurado el documento; en ese instante se dio cuenta que las instrucciones también estaban escritas de modo ilógico.

El viejo hombre estaba desconcertado. Sin saber qué hacer se acercó al compañero más cercano que tenía y le preguntó si alguien se había acercado a su computador en su ausencia. El tipo lo miró con extrañeza, abrió la boca y pronunció tres palabras sin sentido alguno para el viejo hombre. En ese instante el viejo hombre empezó a escuchar con algo más de atención las conversaciones que se llevaban a cabo a su alrededor: nada de lo que escuchaba era lógico o comprensible, todo el mundo hablaba en un lenguaje extraño, que no se parecía a ningún idioma del que el viejo hombre pudiera reconocer alguna palabra.

El viejo hombre se acercó a la oficina de su jefe, esperó a que éste hablara por teléfono, y en ese momento le hizo un gento mostrando su abdomen y poniendo cara de dolor, a lo cual su jefe respondió con un gesto para que se fuera. El viejo hombre se dirigió a una librería, entró, buscó la sección de libros para niños y encontró algo parecido a un silabario. Sin hablar lo pagó y se fue a su casa, para empezar a aprender el nuevo lenguaje que le había tocado vivir a partir de esa mañana.