Un
hombre de terno estaba parado a dos cuadras de la comisaría, en la
esquina, mirando a todos quienes pasaban por el lugar. El hombre era
macizo, de mediana estatura, pelo corto entrecano y mirada incisiva.
Cada vez que pasaba alguien por el lugar fijaba su mirada en la
mirada de quien pasara, poniendo nerviosos a casi todos los
transeúntes; inclusive varios conductores que doblaban por dicha
esquina se sentían intimidados al ver la mirada del hombre.
La
mañana estaba extremadamente fría, pero ello no parecía alterar en
nada al hombre quien no se movía del lugar en que estaba, y seguía
persistentemente mirando a todos quienes pasaran a su lado. De pronto
pasó por su lado una mujer joven que llevaba un coche cuna bien
cubierto y de la mano a una pequeña de tres años; en cuanto la
pequeña vio al hombre se acercó a él, le tomó la pierna del
pantalón y empezó a tironearla para llamar su atención. La madre
vio cómo la mirada del hombre se enfocaba en los ojos de la pequeña,
quien de inmediato soltó el pantalón, momento que fue aprovechado
por su madre para tironearla y alejarse del lugar lo antes posible,
temiendo alguna mala intención del hombre de terno.
El
hombre seguía parado en la esquina. En ese momento dos parejas de
carabineros pasaron por el lugar, mirando al hombre quien les
devolvió la mirada, impávido. Uno de los suboficiales quiso
devolverse a encarar al hombre por la fría mirada que le dio, siendo
detenido por un oficial que le indicó con un ademán que siguiera su
marcha y no se metiera en problemas por una tontería como una mirada
fría temprano en la mañana. Justo en ese instante un hombre pequeño
pasó al lado del hombre de terno, quien de inmediato dirigió su
mirada a los ojos de dicha persona.
Cerca
de las nueve de la mañana el hombre seguía parado mirando a quien
se cruzara con él. De improviso un oficial de carabineros de mirada
perdida pasó por el lugar, quedando en el instante casi paralizado:
el hombre de terno era idéntico a él, y el terno que usaba era la
tenida con la que había llegado al trabajo esa mañana. El hombre de
terno lo vio, sonrió, y lentamente avanzó para reubicarse en el
cuerpo que había perdido al llegar a dos cuadras de la comisaría
esa mañana, cuando un potente estruendo separó su cuerpo de su
alma.