El
viejo maestro miraba impertérrito a sus alumnos mientras ellos
intentaban imitar sus movimientos. El maestro llevaba más de
cincuenta años practicando artes marciales, por lo que tenía uno de
los grados más elevados de toda la región en su arte, el que
llevaba cerca de cuarenta años entregando amorosa pero estrictamente
a sus discípulos. Nadie que hubiera dado exámenes con él había
cometido algún error en la consecución de su grado, y dichos grados
eran válidos en cualquier academia del estilo en todo el orbe. Con
los años había depurado su estilo de modo tal de parecerse cada vez
más al arte original de sus ancestros, y su cuerpo se había
convertido en un arma mortal.
Luego
de veinte minutos repitiendo una y otra vez los movimientos
demostrados y explicados por el maestro, los discípulos estaban
bastante cansados y algunos inclusive hasta acalambrados. El maestro
estaba todo ese tiempo arrodillado en el suelo con las manos
sujetando su cinturón y la mirada fija al frente, sin decir palabra
alguna; luego de demostrada y explicada una secuencia se daba por
aprendida y entendida. De pronto el discípulo de más alto grado, y
que hacía las veces de ayudante del maestro, detuvo los movimientos,
ordenó a todo el grupo y dispuso que la secuencia partiera de cero,
y con todos los alumnos haciéndola coordinados.
Terminada
la secuencia y con el beneplácito del ayudante del maestro, todos
hicieron una venia a éste, y empezaron a hacer un entrenamiento de
combate libre uno contra uno. El maestro se mantenía en su sitio sin
moverse ni expresar sentimiento alguno. De pronto una de las alumnas
más jóvenes, desordenada y de bajo grado se quedó mirando al
maestro cerca de un minuto y sin permiso de nadie se acercó a él y
de la nada acarició su rostro.
El
cuerpo del maestro cayó pesadamente hacia el lado contrario de la
caricia, haciendo que la chica gritara: un par de segundos después
el ayudante estaba sobre el cuerpo inerte del maestro, quien había
fallecido al terminar de demostrar los movimientos que se ejecutarían
en la clase. La conmoción en el grupo fue terrible; mientras tanto y
entre ellos el alma del maestro se despedía de sus alumnos con la
satisfacción de su deber cumplido. Nadie tuvo la sensibilidad de
sentir que mientras ellos ejecutaban la secuencia de movimientos, el
alma del maestro la ejecutaba junto con ellos por última vez.