“Maldito”
murmuraba la mujer mientras avanzaba por la atestada avenida camino a
casa, luego de una larga jornada laboral. Cuando llegó la hora de
salida de inmediato recordó lo que le esperaba al volver a su hogar,
por lo que de buenas a primeras su buen ánimo cambió, y su sonrisa
fue reemplazada por una cara mezcla de enojo y amargura. No quería
llegar a su hogar, pero obviamente sabía que no tenía otra opción,
que no podía quedarse a dormir en el trabajo ni menos pedirle a
alguna amiga que la acogiera. Al salir del trabajo debía volver a su
realidad, pese a que la odiara.
“Maldito”
pensaba la mujer mientras seguía caminando. La ira iba subiendo a
cada paso que daba, y no había modo de poder manejarla. Un par de
veces casi cruzó la calle con el semáforo en rojo, concentrada en
lo que le esperaba al llegar a casa; la rabia era incontrolable, y
nada podía hacer para evitar vivirlo día tras día.
“Maldito”
repetía una y otra vez la mujer al llegar a su edificio. La joven
vivía en el décimo piso, y para demorar un poco el inicio de su
tortura subía por las escaleras pese a las várices y al cansancio.
Muchas tardes debió detenerse un par de veces para descansar y
hacerse de fuerzas para seguir subiendo; sin embargo, el solo pensar
en lo que debía aguantar al llegar al hogar hacía que quisiera
quedarse eternamente en la caja de escaleras.
“Maldito”
decía en voz baja la mujer mientras sacaba la llave de su cartera y
abría la puerta de entrada del departamento. Al llegar a su hogar
debía despedir a la señora encargada de cuidar al objeto de su
odio; una gran y falsa sonrisa cubría su rostro mientras la señora
le contaba lo que había pasado durante el día y quedaban de acuerdo
para su llegada al día siguiente. Terminado el protocolo y luego del
beso de despedida, la mujer quedaba a solas con el objeto de su odio.
“Maldito”
decía la mujer en voz alta, mientras su pequeño hijo de dos años
le hacía fiestas para que ella le mostrara algo de cariño. Poco
sabía el pequeño que había sido el inquisidor de su madre diez
reencarnaciones atrás, que la había mandado a quemar por bruja, y
que algo había fallado en el proceso por lo que la mujer vivió toda
la quema sin poder morir tempranamente; tampoco sabía el pequeño
que el castigo del más allá por haber sido efectivamente una bruja
consagrada al mal era reencarnar con su ejecutor por el resto de la
eternidad, sin ser capaz de olvidarlo jamás.